Loading...
Alt

Van ya nueve meses desde que este virus impactó con una crisis social que ya venía de atrás y que se cifraba en una progresiva pérdida de las relaciones primarias (familiares, convivenciales, vecinales, de amistad…) en las cada vez más complejas sociedades modernas y que se traducían no pocas veces en términos de soledad no deseada o situaciones de pérdida de la autonomía vital no resueltas, deterioro psicosocial y exclusión social. 

La pandemia nos ha traído, además de un trágico y silencioso final para personas amigas y compañeras de camino, a quienes ni siquiera hemos podido despedir dignamente,  temporadas de confinamiento forzoso, severas (auto-)limitaciones de la interacción y situaciones de pérdida de cuidados formales ya estructurados.

Alt

Mi dedicación personal, laboral y política tomó un giro inesperado en julio de 2015 cuando se me propuso ser Director de Inclusión Social de la Diputación de Bizkaia; y desde entonces mantengo el reto y la ilusión de mejorar la calidad de vida de las personas en situación de exclusión social más grave. Pero este año mi dedicación se ha volcado a paliar situaciones que han emergido con singular crudeza: sinhogarismo extremo, hacinamiento, desempleo, pérdida de actividades económicas informales (trabajadoras del hogar, manteros, trabajadoras del sexo, vendedores ambulantes…), hambre, problemáticas derivadas de las adicciones a sustancias, la generación de nuevas adicciones, agudización de la brecha digital, violencia machista, etc. Está siendo una tormenta perfecta que se suma a la caída repentina de la recaudación fiscal y a la ausencia de un modelo de gobernanza que permita priorizar las inversiones y las actuaciones entre las diversas instituciones y organizaciones sociales.

La primera decisión que tomé tras la declaración del estado de alarma fue consolidar la presencialidad de los servicios sociales para la inclusión. En el mes de marzo, cuando gran parte de los servicios públicos se replegaban, se comenzaban a suministrar sólo en formato telemático o directamente se suprimían, asumí que era indispensable mantener todas las atenciones disponibles; sostener procesos de inclusión con intervenciones adaptadas, preferentemente en domicilios; atender las situaciones generadas por las dificultades de acceso a sustancias estupefacientes o por el abuso de otras que hacía ya tiempo no se veían en las calles y apoyar a personas en grave crisis emocional.

El deber de confinamiento trajo la consecuencia de generar espacios de alojamiento para personas que pernoctaban en calle; las cifras de personas detectadas en situación de sinhogarismo que han florecido en este último año se han duplicado con respecto a los recuentos llevados a cabo recientemente. Gran parte de estas personas eran jóvenes. Y así fue como empezamos a multiplicar recursos de alojamiento y reforzar la red de atención socioeducativa. Junto a esto, hemos abierto centros para personas infectadas por COVID y para contactos estrechos que precisan aislamiento. En materia de atención a víctimas de violencia machista hemos tenido que triplicar las plazas de acogida en apenas tres meses y se han multiplicado los casos y la gravedad de los mismos.

Durante este periodo de estado de alarma, han emergido capacidades latentes en la comunidad de sólido anclaje ético. Quizás avivadas por el sentido de interdependencia que todos tenemos, por la preocupación por las vulnerabilidades ajenas o por la percepción de las costuras y desgarrones del “papá-Estado” al que, hasta hace bien poco confiábamos nuestras expectativas de que se hiciera cargo de quien no podía por sí mismo, han aparecido dinamismos de gratuidad, reciprocidad y solidaridad que han hecho reverdecer nuevas tramas y complicidades colectivas. Me emociona aun recordar a las mujeres etíopes de Bizkaia, socializando su comida para poder comer toda su comunidad, sin poder pensar en qué comerían al día siguiente. Varias semanas más tarde de que la comunidad senegalesa me ofreciera la recaudación de las aportaciones realizadas en su mezquita para ayudar a personas afectadas por el coronavirus, se vieron activando procesos de atención de urgencia a más de un centenar de familias africanas que carecían de lo más básico para sobrevivir. Son ejemplos de heroicidad evangélica.

El tesoro más valioso de este periodo se encuentra, para mí, en esas dinámicas creativas surgidas de la espontaneidad y de la necesidad de sobrevivir tras la tragedia; esas relaciones entre iguales, de proximidad y afecto, que se aproximan a las calles y espacios que habita la gente, no desinteresadas, sino de máximo interés por el devenir de quien se encuentra a nuestro lado. Porque solo somos el mundo que creamos con otros.

Autor: Oscar Seco

Etiquetas: Con pobres