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Con estas líneas, que amablemente Bego me ha invitado a escribir, quiero compartir aquello que me ha acompañado durante tantos años con los hermanos del Movimiento Adsis:

la sensación de incapacidad y pequeñez para comprometerme con los pobres. Y la admiración por la capacidad de tantos hermanos para estar presentes con audacia y valentía.

Como tantos hermanos he vivido la urgencia por salir a la calle, por acercarme y por buscar a aquellos que no tienen oportunidad de vivir dignamente, y tal vez por eso decidí ser médico. Así quería aportar mi granito de arena para luchar contra la pobreza y la enfermedad.

Entre los pobres, donde mi deseo y mi impotencia se encontraron, cobró fuerza la cercanía de los compañeros de camino, de los hermanos Adsis. Con ellos he aprendido que acompañar a las personas no es con fuerza y capacidad, sino que sencillamente es “estar presente” y “dejarse hacer”. Ellos me han enseñado a estar ahí, atento y dejando que mi corazón se llene de la vida de todos.

Nuestra historia me ha acercado a los pobres. Recuerdo que con Teresa, acabando los estudios de medicina, visitamos Pamplona. Allí vivían los hermanos de la comunidad Adsis con cincuenta familias gitanas que recorriendo el norte de la península se asentaron en chabolas y más tarde en las casas prefabricadas del poblado Santa Lucía. Quedamos seducidos por las personas y por la presencia de unos jóvenes viviendo entre esas familias. Regresamos a Barcelona con nuestro “corazón tocado” y nos acercamos a los barrios de “Bon Pastor”, de “El Carmel” y de “Meridiana”, junto a los hermanos Adsis. Buscamos, así, estar entre la gente sencilla, convencidos de que ese era el lugar en el que queríamos vivir.

Acabamos la carrera y nos fuimos a Pamplona, donde ya muestro corazón había quedado seducido por las familias de Santa Lucía. Lo teníamos claro, queríamos vivir allí. Aún recuerdo el día que llegué, subiendo de noche por la empinada cuesta del poblado, pensando qué iba a suceder y qué aventuras viviríamos. De nuevo la sensación de pequeñez se apoderaba de mi, pero me sentía alentado, porque no estaba solo, estaban mis hermanos.

Llegamos a Pamplona por un año… ¡y nos quedamos otros trece!. Nos casamos allí entre las familias gitanas y allí nacieron nuestros hijos mayores. Fueron años extraordinarios, donde crecimos y aprendimos a ser amigos de cada familia, a alegrarnos, a sufrir y a llorar con ellos. Las tardes frente al fuego de su casa, los paseos y las sentadas en “la cuesta”, las reuniones y los interminables diálogos para buscar soluciones a tantos problemas, la fiesta compartida, la alegría por los niños que nacían, el dolor por aquellos que nos dejaban…,”todo” daba sentido a  “toda” nuestra vida. Poco a poco florecían iniciativas y propuestas por “salir de esta miseria, cuanto antes sea mejor “… como decían nuestros vecinos. Fueron años en los que aprendimos a esperar, a creer que todo era posible y que permaneciendo junto a las personas, fructificarían los anhelos por una vida justa y digna. No se trataba de saber, sino de permanecer y de dejarnos hacer, siendo esta nuestra única certeza. Es y será difícil borrar de nuestro corazón la experiencia vivida que ha conformado nuestra manera de entender la realidad. Es difícil expresarla, pero siempre hemos querido transmitir la esperanza que anida en el sentido profundo de lo que hacemos.

Con el tiempo, las comunidades Adsis me dieron la oportunidad de iniciar un nuevo camino dando forma al programa de Cooperación, acompañando su presencia en Chile, Ecuador, Uruguay, Argentina y más tarde en Perú y en Bolivia. Aprendimos a gestionar proyectos y programas y con ello dar apoyo a hermanos, a compañeros y a muchos amigos en América. De nuevo recordaba que lo que importa es permanecer y acompañar a las personas y a las comunidades, aprendiendo en el camino. En los viajes que pude realizar, otra vez me sentí pequeño ante la realidad y ante la entrega y la fortaleza de tantos. Doy gracias por todo lo que durante esos años aprendí de los hermanos y los compañeros latinoamericanos.  En los relatos de cada viaje intenté devolver lo recibido y contarlo así:

“La superación de la pobreza requiere la apuesta de muchos, cuantos más mejor, y la apuesta por los pobres supone ‘echar raíces’, permanecer y caminar con ellos. Esta es la tarea, crear lazos de solidaridad con los pobres y compartir la vida…” .

“Dios quiera que no dejemos de “impactarnos” día a día por la realidad y por la vida de tantos hombres y mujeres que sufren la injusticia provocada o tolerada por otros”. “… para mi está suponiendo una oportunidad de ‘abrir los ojos al mundo’ y descubrir las raíces profundas por las que vale la pena vivir. Ante la injusticia en la que tantos hombres y mujeres viven día a día, ante la pobreza y enfermedad muchas veces absurda, es posible aportar algo de nuestras vidas para que florezca la esperanza…” “No son los éxitos pretenciosos, sino la paciencia y la perseverancia junto al que sufre lo que puede transformar el dolor en gozo”.

“Conversar con nuestros amigos… y pasear… resulta esclarecedor. Los pobres siguen siendo pobres y cada vez más. Recorrer las calles…, supone descubrir cómo la lucha por sobrevivir es la tarea diaria de muchos…”.

“Tal vez entre todos podamos empujar de verdad está historia; queda mucho por hacer, queda mucho por vivir hoy, mañana y pasado; nosotros, nuestros hijos y los que vengan por detrás… Nos necesitamos los unos a los otros.. “.

De nuevo, la vida me sorprendió y tuve la oportunidad de compartir vida y proyectos en la Fundacion Adsis. Me acerqué a personas cercanas a las personas, a jóvenes que buscan empleo, a personas privadas de libertad, a inmigrantes con o sin papeles, a jóvenes y niños en hogares de acogida, a familias sin vivienda, a personas sin hogar…

La Fundación Adsis son personas que están presentes y aportan esperanza y sentido a muchos, que buscan sensibilizar a la sociedad para construir un mucho más humano, que se acercan a los jóvenes para aprender de ellos y con ellos seguir caminando. Con ellas, seguí acercándome a los pobres, reconociendo de nuevo las limitaciones y la necesidad del “valor” para “estar presente”. Aprendí también lo imprescindible de estar organizados, de poner en común lo que vivimos, de escucharnos y de respetarnos, de salir cada uno de nuestra realidad para aprender del otro y aportar nuestra diversidad y experiencia. Ante las dificultades, aprendí a decirme que “no estaba condenado al éxito”, sino llamado a hacer camino, a acompañar y a sentirme acompañado.

Hoy, con la inmensa riqueza de lo vivido, sigo compartiendo con personas y organizaciones, el valor de “estar presente”, de creer que en nuestra pequeñez encontramos la capacidad para aprender, compartir y encontrar juntos la fuerza para permanecer con los jóvenes y los pobres.

Le pido al Señor que siga poniendo en nuestro camino la vida de las personas y que nuestro corazón siga herido por el dolor y por la injusticia y llamado a la entrega, a la solidaridad y a “dejarse hacer “.

Agradezco a todos los compañeros de camino, de ilusiones y de afanes compartidos. Son tantos los nombres que es difícil recogerlos, pero en nombre de todos tengo presente a Andrés que nos impulsó y nos animó, en todo momento a “estar presentes” y a dar lo mejor de nuestras vidas. Y a Rafa, pionero en compartir vida y amor en America Latina.

Un fuerte abrazo.

Xavi Serna, comunidad Madrid Centro.