En estos días hemos asistido a un auténtico circo (en el sentido peyorativo), a una ópera bufa, si no fuera por el sufrimiento que Maduro y sus compinches han causado, causan y causarán a los sufridos hermanos venezolanos. El mismo día en que el flamante presidente saltaba de alegría sobre la tarima de Miraflores, más de 7 000 venezolanos cruzaban nuestra frontera con la esperanza de un futuro mejor.
Nuestros periodistas se han vuelto más incisivos y molestosos, más libres en definitiva para preguntar lo evidente. Y da pena el constatar cómo nuestros políticos tratan de esquivar no las preguntas, sino las respuestas a fin de no transgredir lo políticamente correcto. “¿Qué piensa Usted de Venezuela, del horror que allí se vive y del silencio cómplice de nuestros gobernantes?”. Es triste decirlo, pero más que las ataduras de la ideología prevalecen los intereses del poder y esta nefasta manía de no querer contradecir al jefe. Son los rezagos de un pasado del cual en gran parte seguimos cautivos. Es evidente que también en Caracas, lo mismo que en Managua, seguimos teniendo “amigas, hermanas y compañeras del alma”.
Venezuela es un estado fallido, quebrado y burlado por sus dirigentes. No sé si Maduro cumplirá los seis años (Dios quiera que no). Lo cierto es que algún día esta paranoia nos parecerá imposible. Imposible el hecho de haberla vivido y tolerado, de haber flirteado con semejante locura. Para entonces, Maduro, familia y socios estarán en algún paraíso fiscal contando la calderilla. Y mientras el cuento (y el recuento) termina, “colorín colorado”, a millones de venezolanos, dentro y fuera de la patria,solo les queda sobrevivir.
La ética social y política siempre han defendido el derecho que personas y pueblos tienen de buscarse la vida allí donde se pueda vivir. Así se conformó el mundo, a golpe de éxodos y migraciones. Así Europa. Así América. Mr. Trump y su linda familia deberían de investigar sobre el origen de sus abuelos. Quizá ellos también recogían en el camino las sobras que otros tiraban…
¿Qué nos toca? No quito que muchos experimenten una cierta molestia y algún que otro temor y fastidio ante semejante trasiego de refugiados. Pero, hoy por hoy, tal como dice Francisco, toca ayudar, acoger, acompañar e integrar a nuestros hermanos, tanto como otros nos ayudaron a nosotros cuando la tierra tembló y muchos de los nuestros experimentaron el apocalipsis. Lo que estamos viviendo es una emergencia que, una vez más, deja al descubierto la fragilidad de la vida humana y la inmensa solidaridad de la que el hombre es capaz. Pero no solo. Nuestros pueblos, que fácilmente se llenan la boca con la palabra “liberación”, deben de presionar a los gobiernos y a las organizaciones internacionales a ubicarse de forma crítica y decidida frente a Maduro y a todo lo que él representa.
Autor: Julio Parrilla, obispo de Riobamba y miembro de Adsis.
Fuente original: Diario El Comercio