‘Mis causas son más importantes que mi vida”. Lo dice Pedro Casaldáliga, un Obispo profeta y poeta, que hace algunos meses cumplió, perdido en las selvas del Brasil, 90 años de vida entregada y de inspiración. Sin salir de la selva el viejo obispo ha saltado fronteras y se ha convertido en un icono de amor y de fidelidad a los pobres y, de su mano, a la Madre Tierra. Nadie ha hecho más que él por transformar el Mato Grosso, abandonado por el gobierno y azotado por la marginación l, la injusticia, la violación de los DD.HH. y el analfabetismo de su población, mayoritariamente pobre y víctima de intereses mezquinos de terratenientes.
En este momento en el que el tema ecológico y amazónico planea sobre la conciencia de los cristianos, bajo el impulso de Francisco, hay que reconocer la figura de Casaldáliga, desde aquel ya lejano 1968 en que aterrizó en Brasil para fundirse en sus selvas y darle a la Iglesia un “rostro amazónico”, profético y poético al mismo tiempo.
Muchas veces, más que viendo, contemplando su físico magro y envejecido, atado a su silla de ruedas, comido por el párkinson y la ceguera, me he preguntado de dónde le viene tanta fuerza y autoridad. La raíz está en su absoluta coherencia entre lo que dice y lo que hace, hombre de fe y, precisamente por ello, capaz de sembrar esperanza en el corazón de los pobres y abandonados.
Casaldáliga pertenece a la saga del ecuatoriano Leonidas Proaño, del brasileño Helder Cámara, del chileno Manuel Larraín, del próximo santo Óscar Romero. La vida de estos hombres también estuvo marcada por el signo de la cruz, siempre presente en cada batalla que libraron a favor de sus pueblos. ¿Cómo olvidar aquel 11 de octubre de 1976, en la época de la dictadura, cuando Casaldáliga en compañía de Joao Bosco Burnier acudió a la prisión de Riibeirao Bonito? Los dos curas quisieron auxiliar a las mujeres que estaban siendo golpeadas y violadas. El Padre Burnier recibió un tiro mortal en la cabeza. Por su parte, Casaldáliga decidió no olvidarse ya nunca más de lo que vio. El dolor de los pobres y la sangre de los mártires le acompañó por siempre. Y su entrega fue su testamento.
Y, además, nos queda su poesía, fresca y honda al mismo tiempo: “¿Qué hay de la esperanza, compañeros? / La noche de los pobres está en vela / y el Dueño de la tierra ha decretado / abrir todos los surcos y graneros”.
Cuando las marcas de la vejez son mucho más que aparentes, Casaldáliga renace en el corazón de la Amazonía y en el de la gente que siente que cuidar la Casa Común es algo fundamental para preservar la humanidad. Sin cuidar la tierra no habrá DD.HH., ni calidad de vida, ni liberación de los pobres. No habrá nada que merezca la pena. Es la inteligencia de los profetas. Ojalá que de ella participen los políticos y los poderosos del mundo.
Autor: Julio Parrilla, obispo de Riobamba y miembro de Adsis.
Fuente original: Diario El Comercio