El Camino empezó el día anterior a comenzar a andar. Desde que empezamos a preparar el macuto, con la incertidumbre de si cabría todo o no, de si llevábamos demasiado peso en la mochila…
Había muchas inseguridades porque te habían contado que era muy duro, que había que andar mucho… y sí, había que andar mucho pero para nada como lo pintaban: en buena compañía todo se hace más fácil y llevadero.
Desde que nos juntamos el primer día todos: los de Bilbao, Salamanca y Madrid hubo una gran amistad, compañerismo y sinceridad entre todos. No hubo ni un solo problema a lo largo del Camino. Fue todo perfecto, entre risas y música.
La primera etapa, O´Cebreiro, fue una de las más duras, pero a la vez muy bonita. Sí costó llegar pero siempre había alguien a largo del trayecto que te deseaba “buen camino”, raro era el que no lo hacía. Tras esta etapa llegaron otras como Triacastela, Sarria donde nos empezamos a abrir a los demás, e incluso a gente que no conocíamos de antes y que no venían con nosotros como dos cordobeses y un grupo de sevillanos o Lucas, un chico de 10 años de Burgos que hacía el Camino con su abuela.
Los días se pasaban volando, compartiendo tu tiempo con los que te rodeaban. Llegamos a Portomarín, Palas de Rei, Ribadiso do Baixo, Pedrouzo y por fin a Santiago.
Una vez que llegamos, la alegría nos invadió a todos. Teníamos una sensación de satisfacción muy grande y todos vimos como el esfuerzo realizado los días anteriores había merecido la pena. Todo eran risas, canciones y fotos con la catedral. Fuimos a la misa del Peregrino y nos dieron nuestra Compostela (un diploma que certifica que has realizado el Camino). Éramos muy felices pero también sabíamos que tocaba despedirse de la gente, de toda esa gente con la que habíamos compartido todos esos momentos.
La experiencia del Camino nos enseña a valorar todas las pequeñas, esas que tenemos a diario pero que no agradecemos, como un simple Cola Cao caliente. Porque en el Camino se aprende que el peregrino no exige, sino que agradece.
En el Camino se aprende a vivir con lo necesario. No necesitamos muchas comodidades que en verdad nos distraen de los verdaderamente importante: la gente, ya que con una buena compañía lo demás da igual. La importancia de una piedra en el Camino, es la gente que la ha pisado contigo.
Nos dijeron que el Camino es una metáfora de la vida: te enseña a agradecer y a ver lo que sobra y lo que de verdad importa, lo que metemos en la mochila.
Y como estos días aprendimos a agradecer, agradecemos a todos nuestros compañeros peregrinos que han estado con nosotros y nos han hecho pasar un buen camino.
No hay palabras para describir la experiencia, pero la mayoría del grupo tenía ganas de repetirlo, porque es una experiencia que de verdad cambia a las personas a mejor.