DOCUMENTO PREPARATORIO SÍNODO 2018
Introducción
«Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea perfecto» (Jn 15,11):
este es el proyecto de Dios para los hombres y mujeres de todos los tiempos y, por tanto,
también para todos los jóvenes y las jóvenes del tercer milenio, sin excepción.
Anunciar la alegría del Evangelio es la misión que el Señor ha confiado a su Iglesia. El Sínodo
sobre la nueva evangelización y la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium han afrontado
cómo llevar a cabo esta misión en el mundo de hoy; en cambio, los dos Sínodos sobre la familia
y la Exhortación Apostólica Post-sinodal Amoris laetitia se han dedicado al acompañamiento
de las familias hacia esta alegría.
Como continuación de este camino, a través de un nuevo camino sinodal sobre el tema: «Los
jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», la Iglesia ha decidido interrogarse sobre cómo
acompañar a los jóvenes para que reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida en
plenitud, y también pedir a los mismos jóvenes que la ayuden a identificar las modalidades
más eficaces de hoy para anunciar la Buena Noticia. A través de los jóvenes, la Iglesia podrá
percibir la voz del Señor que resuena también hoy. Como en otro tiempo Samuel (cfr. 1Sam
3,1-21) y Jeremías (cfr. Jer 1,4-10), hay jóvenes que saben distinguir los signos de nuestro
tiempo que el Espíritu señala. Escuchando sus aspiraciones podemos entrever el mundo del
mañana que se aproxima y las vías que la Iglesia está llamada a recorrer.
La vocación al amor asume para cada uno una forma concreta en la vida cotidiana a través de
una serie de opciones que articulan estado de vida (matrimonio, ministerio ordenado, vida
consagrada, etc.), profesión, modalidad de compromiso social y político, estilo de vida, gestión
del tiempo y del dinero, etc. Asumidas o padecidas, conscientes o inconscientes, se trata
de elecciones de las que nadie puede eximirse. El propósito del discernimiento vocacional es
descubrir cómo transformarlas, a la luz de la fe, en pasos hacia la plenitud de la alegría a la
que todos estamos llamados.
La Iglesia es consciente de poseer «lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad
de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir
de nuevo para nuevas conquistas» (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, 8 de diciembre
de 1965); las riquezas de su tradición espiritual ofrecen muchos instrumentos con
los que acompañar la maduración de la conciencia y de una auténtica libertad.
Desde esta perspectiva, con el presente Documento Preparatorio, se da inicio a la fase de
consulta de todo el Pueblo de Dios. El Documento – dirigido a los Sínodos de los Obispos y
a los Consejos de los Jerarcas de las Iglesias Orientales Católicas, a las Conferencias Episcopales,
a los Dicasterios de la Curia Romana y a la Unión de Superiores Generales – termina
con un cuestionario. Además está prevista una consulta de todos los jóvenes a través de un
sitio web, con un cuestionario sobre sus expectativas y su vida. Las respuestas a los dos cuestionarios
constituirán la base para la redacción del Documento de trabajo o Instrumentum
laboris, que será el punto de referencia para la discusión de los Padres sinodales.
Este Documento Preparatorio propone una reflexión articulada en tres pasos. Se comienza
delineando brevemente algunas dinámicas sociales y culturales del mundo en el que los
jóvenes crecen y toman sus decisiones, para proponer una lectura de fe. Posteriormente se
abordan los pasos fundamentales del proceso de discernimiento, que es el instrumento principal
que la Iglesia desea ofrecer a los jóvenes para que descubran, a la luz de la fe, la propia
vocación. Por último, se ponen de relieve los componentes fundamentales de una pastoral
juvenil vocacional. Por lo tanto, no se trata de un documento completo, sino de una especie
de mapa que pretende fomentar una investigación cuyos frutos sólo estarán disponibles al
término del camino sinodal.
Tras las huellas del discípulo amado
Ofrecemos como inspiración para el camino que inicia un icono evangélico: Juan, el apóstol.
En la lectura del Cuarto Evangelio él no sólo es la figura ejemplar del joven que elige seguir a
Jesús sino también «el discípulo a quien Jesús amaba» (Jn 13,23; 19,26; 21,7).
«Fijándose en Jesús que pasaba, [Juan el Bautista] dijo: “He ahí el Cordero de Dios”. Los dos
discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les
dice: “¿Qué buscáis?”. Ellos le respondieron: “Rabbí – que quiere decir ‘Maestro’ –, ¿dónde
vives?”. Les respondió: “Venid y lo veréis”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron
con él aquel día. Era más o menos la hora décima» (Jn 1,36-39).
En búsqueda de un sentido que dar a la propia vida, dos discípulos del Bautista son interpelados
por Jesús con la pregunta penetrante: «¿Qué buscáis?». A su contestación «Rabbí
– que quiere decir ‘Maestro’ –, ¿dónde vives?», le sigue la respuesta-invitación del Señor:
«Venid y lo veréis» (vv. 38-39). Jesús los llama al mismo tiempo a un camino interior y a
una disponibilidad de ponerse concretamente en movimiento, sin saber bien a dónde esto
los llevará. Será un encuentro memorable, hasta el punto de recordar incluso la hora (v. 39).
Gracias a la valentía de ir y ver, los discípulos experimentarán la amistad fiel de Cristo y
podrán vivir diariamente con Él, dejarse interrogar e inspirar por sus palabras, dejarse impresionar
y conmover por sus gestos.
Juan, en particular, será llamado a ser testigo de la Pasión y Resurrección de su Maestro. En
la última cena (cfr. Jn 13,21-29), su intimidad con Él lo llevará a reclinar la cabeza sobre el
pecho de Jesús y a confiar en Su palabra. Mientras conduce a Simón Pedro a la casa del sumo
sacerdote, se enfrentará a la noche de la prueba y de la soledad (cfr. Jn 18,13-27). Junto a
la cruz acogerá el profundo dolor de la Madre, a quien es confiado, asumiendo la responsabilidad
de cuidar de ella (cfr. Jn 19,25-27). En la mañana de Pascua compartirá con Pedro
la carrera agitada y llena de esperanza hacia el sepulcro vacío (cfr. Jn 20,1-10). Por último,
durante la extraordinaria pesca en el lago de Tiberíades (cfr. Jn 21,1-14), reconocerá al Resucitado
y dará testimonio de Él a la comunidad.
La figura de Juan nos puede ayudar a comprender la experiencia vocacional como un proceso
progresivo de discernimiento interior y de maduración de la fe, que conduce a descubrir la
alegría del amor y la vida en plenitud en la entrega y en la participación en el anuncio de la
Buena Noticia.
I. LOS JÓVENES EN EL MUNDO DE HOY
Este capítulo no ofrece un análisis completo de la sociedad y del mundo, sino que tiene
presente algunos resultados de la investigación en el ámbito social útiles para abordar el
tema del discernimiento vocacional, a fin de «dejarnos interpelar por ella en profundidad
y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual» (Laudato sì, 15).
La descripción, elaborada a nivel mundial, exigirá ser adaptada a la realidad de las circunstancias
específicas de cada región: a pesar de la presencia de tendencias globales, las diferencias
entre las diversas áreas del planeta siguen siendo relevantes. En muchos aspectos
es correcto afirmar que existe una pluralidad de mundos juveniles, no sólo uno. Entre las
muchas diferencias, algunas resultan particularmente evidentes. La primera es el efecto de
las dinámicas geográficas y separa a los países con alta natalidad, donde los jóvenes representan
una proporción significativa y creciente de la población, de aquellos cuyo peso demográfico
se va reduciendo. Una segunda diferencia deriva de la historia, que hace diferentes a
los países y a los continentes de antigua tradición cristiana cuya cultura es portadora de una
memoria que no se debe disgregar, de los países y continentes cuya cultura en cambio está
marcada por otras tradiciones religiosas y en los que el cristianismo tiene una presencia minoritaria
y a menudo reciente. Por último, no podemos olvidar la diferencia entre el género
masculino y el femenino: por una parte ésta determina una sensibilidad diferente, por otra
es origen de formas de dominio, exclusión y discriminación de las que todas las sociedades
necesitan liberarse.
En las páginas que siguen el término “jóvenes” se refiere a las personas de edad comprendida
aproximadamente entre 16 y 29 años, siendo conscientes de que también este elemento
exige ser adaptado a las circunstancias locales. En cualquier caso, es bueno recordar que la
juventud más que identificar a una categoría de personas, es una fase de la vida que cada
generación reinterpreta de un modo único e irrepetible.
1. Un mundo que cambia rápidamente
La rapidez de los procesos de cambio y de transformación es la nota principal que caracteriza
a las sociedades y a las culturas contemporáneas (cfr. Laudato sì, 18). La combinación entre
complejidad elevada y cambio rápido provoca que nos encontremos en un contexto de fluidez
e incertidumbre nunca antes experimentado: es un hecho que debe asumirse sin juzgar
a priori si se trata de un problema o de una oportunidad. Esta situación exige adoptar una
mirada integral y adquirir la capacidad de programar a largo plazo, prestando atención a la
sostenibilidad y a las consecuencias de las opciones de hoy en tiempos y lugares remotos.
El crecimiento de la incertidumbre incide en las condiciones de vulnerabilidad, es decir, la
combinación de malestar social y dificultad económica, y en las experiencias de inseguridad
de grandes sectores de la población. En lo que se refiere al mundo del trabajo, podemos pensar
en los fenómenos de la desocupación, del aumento de la flexibilidad y de la explotación
sobre todo infantil, o en el conjunto de causas políticas, económicas, sociales e incluso ambientales
que explican el aumento exponencial del número de refugiados y migrantes. Frente
a pocos privilegiados que pueden disfrutar de las oportunidades ofrecidas por los procesos de
globalización económica, muchos viven en situaciones de vulnerabilidad y de inseguridad, lo
cual tiene un impacto sobre sus itinerarios de vida y sobre sus elecciones.
A nivel mundial el mundo contemporáneo se caracteriza por una cultura “cientificista”, a
menudo dominada por la técnica y por las infinitas posibilidades que ésta promete abrir, en
cuyo interior no obstante «se multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las
personas, entre ellas muchos jóvenes» (Misericordia et misera, 3). Como enseña la encíclica
Laudato si’, la íntima relación entre paradigma tecnocrático y búsqueda frenética del beneficio
a corto plazo están en el origen de esa cultura del descarte que excluye a millones de
personas, entre ellas muchos jóvenes, y que conduce a la explotación indiscriminada de los
recursos naturales y a la degradación del ambiente, amenazando el futuro de las próximas
generaciones (cfr. 20-22).
Asimismo, no hay que olvidar que muchas sociedades son cada vez más multiculturales y
multirreligiosas. En particular, la coexistencia de varias tradiciones religiosas representa un
desafío y una oportunidad: puede crecer la desorientación y la tentación del relativismo, pero
conjuntamente aumentan las posibilidades de debate fecundo y enriquecimiento recíproco. A
los ojos de la fe esto se ve como un signo de nuestro tiempo que requiere un crecimiento en
la cultura de la escucha, del respeto y del diálogo.
2. Las nuevas generaciones
Quien es joven hoy vive la propia condición en un mundo diferente al de la generación de sus
padres y de sus educadores. No sólo el sistema de obligaciones y oportunidades cambia con
las transformaciones económicas y sociales, sino que mudan también, subyacentemente,
deseos, necesidades, sensibilidades y el modo de relacionarse con los demás. Por otra parte,
si desde un cierto punto de vista es verdad que con la globalización los jóvenes tienden a ser
cada vez más homogéneos en todas las partes del mundo, se mantienen sin embargo, en los
contextos locales, peculiaridades culturales e institucionales que tienen repercusiones en el
proceso de socialización y de construcción de la identidad.
El desafío de la multiculturalidad atraviesa particularmente el mundo juvenil, por ejemplo,
con las peculiaridades de las “segundas generaciones” (es decir, de aquellos jóvenes que crecen
en una sociedad y en una cultura diferentes de las de sus padres, como resultado de los
fenómenos migratorios) o de los hijos de parejas de algún modo “mixtas” (desde el punto de
vista étnico, cultural y/o religioso).
En muchas partes del mundo los jóvenes experimentan condiciones de particular dureza, en
las que se hace difícil abrir el espacio para auténticas opciones de vida, en ausencia de márgenes,
aunque sean mínimos, de ejercicio de la libertad. Pensemos en los jóvenes en situación
de pobreza y exclusión; en los que crecen sin padres o familia, o no tienen la posibilidad de ir
a la escuela; en los niños y chichos de la calle de tantas periferias; en los jóvenes desempleados,
abandonados y migrantes; en los que son víctimas de explotación, trata y esclavitud; en
los niños y chicos reclutados a la fuerza en bandas criminales o en milicias irregulares; en las
niñas esposas o chicas obligadas a casarse contra su voluntad. Son demasiados en el mundo
los que pasan directamente de la infancia a la edad adulta y a una carga de responsabilidad
que no han podido elegir. A menudo, las niñas, las chicas y las mujeres jóvenes deben hacer
frente a dificultades aún mayores en comparación con sus coetáneos.
Estudios conducidos a nivel internacional permiten identificar algunos rasgos característicos
de los jóvenes de nuestro tiempo.
Pertenencia y participación
Los jóvenes no se perciben así mismos como una categoría desfavorecida o un grupo social
que se debe proteger y, en consecuencia, como destinatarios pasivos de programas pastorales
o de opciones políticas. No pocos de ellos desean ser parte activa en los procesos de cambio
del presente, como confirman las experiencias de activación e innovación desde abajo
que tienen a los jóvenes como principales, aunque no únicos, protagonistas.
La disponibilidad a la participación y a la movilización en acciones concretas, en las que el
aporte personal de cada uno es ocasión de reconocimiento de identidad, se articula con la
intolerancia hacia ambientes en los que los jóvenes sienten, con razón o sin ella, que no encuentran
espacio y no reciben estímulos; esto puede llevar a la renuncia o al cansancio para
desear, soñar y proyectar, como demuestra la difusión del fenómeno de los NEET (not in
education, employment or training, es decir, jóvenes que no se dedican a una actividad de
estudio ni de trabajo ni de formación profesional). La discrepancia entre los jóvenes pasivos
y desanimados y los emprendedores y vitales es el fruto de las oportunidades ofrecidas
concretamente a cada uno en el contexto social y familiar en el que crece, además de las experiencias
de sentido, relación y valor adquiridas incluso antes del inicio de la juventud. La
falta de confianza en sí mismos y en sus capacidades puede manifestarse, además de en la
pasividad, en una excesiva preocupación por la propia imagen y en un dócil conformismo a
las modas del momento.
Puntos de referencia personales e institucionales
Varias investigaciones muestran que los jóvenes sienten la necesidad de figuras de referencia
cercanas, creíbles, coherentes y honestas, así como de lugares y ocasiones en los que poner a
prueba la capacidad de relación con los demás (tanto adultos como coetáneos) y afrontar las
dinámicas afectivas. Buscan figuras capaces de expresar sintonía y ofrecer apoyo, estímulo y
ayuda para reconocer los límites, sin hacer pesar el juicio.
Desde este punto de vista, el rol de padres y familias sigue siendo crucial y a veces problemático.
Las generaciones más maduras a menudo tienden a subestimar las potencialidades,
enfatizan las fragilidades y tienen dificultad para entender las exigencias de los más jóvenes.
Los padres y los educadores adultos pueden tener presente sus errores y lo que no les gustaría
que los jóvenes hiciesen, pero a menudo no tienen igualmente claro cómo ayudarles a
orientar su mirada hacia el futuro. Las dos reacciones más comunes son la renuncia a hacerse
escuchar y la imposición de sus propias elecciones. Padres ausentes o hiperprotectores
hacen a los hijos más frágiles y tienden a subestimar los riesgos o a estar obsesionados con
el miedo a equivocarse.
Los jóvenes sin embargo no buscan sólo figuras de referencia adultas: tienen un fuerte deseo
de diálogo abierto entre pares. En este sentido son muy necesarias las ocasiones de interacción
libre, de expresión afectiva, de aprendizaje informal, de experimentación de roles y
habilidades sin tensión ni ansiedad.
Tendencialmente cautos respecto a quienes están más allá del círculo de las relaciones personales,
los jóvenes a menudo nutren desconfianza, indiferencia o indignación hacia las instituciones.
Esto se refiere no sólo a la política, sino que afecta cada vez más a las instituciones formativas y a la Iglesia, en su aspecto institucional. La querrían más cercana a la gente, más atenta a los problemas sociales, pero no dan por sentado que esto ocurra de inmediato.
Todo esto tiene lugar en un contexto donde la pertenencia confesional y la práctica religiosa
se vuelven, cada vez más, rasgos de una minoría y los jóvenes no se ponen “contra”, sino que
están aprendiendo a vivir “sin” el Dios presentado por el Evangelio y “sin” la Iglesia, apoyándose
en formas de religiosidad y espiritualidad alternativas y poco institucionalizadas o
refugiándose en sectas o experiencias religiosas con una fuerte matriz de identidad. En muchos
lugares la presencia de la Iglesia se va haciendo menos capilar y por tanto resulta más
difícil encontrarla, mientras que la cultura dominante es portadora de instancias a menudo
en contraste con los valores evangélicos, ya se trate de elementos de la propia tradición o de
la declinación local de una globalización de modelo consumista e individualista.
Hacia una generación (híper)conectada
Las jóvenes generaciones se caracterizan hoy por la relación con las tecnologías modernas de
la comunicación y con lo que normalmente se llama “mundo virtual”, no obstante también
tenga efectos muy reales. Todo esto ofrece posibilidades de acceso a una serie de oportunidades
que las generaciones precedentes no tenían, y al mismo tiempo presenta riesgos. Sin
embargo, es de gran importancia poner de relieve cómo la experiencia de relaciones a través
de la tecnología estructura la concepción del mundo, de la realidad y de las relaciones personales.
A esto debería responder la acción pastoral, que tiene necesidad de desarrollar una
cultura adecuada.
3. Los jóvenes y las opciones
En el contexto de fluidez y precariedad que hemos esbozado, la transición a la vida adulta
y la construcción de la identidad exigen cada vez más un itinerario “reflexivo”. Las personas
se ven obligadas a readaptar sus trayectorias de vida y a retomar continuamente el
control de sus opciones. Además, junto con la cultura occidental se difunde una concepción
de la libertad entendida como posibilidad de acceder a nuevas oportunidades. Se niega que
construir un itinerario personal de vida signifique renunciar a recorrer en el futuro caminos
diferentes: «Hoy elijo esto, mañana ya veremos». Tanto en las relaciones afectivas como en
el mundo del trabajo el horizonte se compone de opciones siempre reversibles más que de
elecciones definitivas.
En este contexto los viejos enfoques ya no funcionan y la experiencia transmitida por las generaciones
precedentes se vuelve obsoleta rápidamente. Valiosas oportunidades y riesgos insidiosos
se entrelazan en una maraña que no es fácil de desenredar. Adecuados instrumentos
culturales, sociales y espirituales se convierten en indispensables para que los mecanismos
del proceso decisional no se bloqueen y se termine, tal vez por miedo a equivocarse, sufriendo
el cambio en lugar de guiarlo. Lo ha dicho el Papa Francisco: «“¿Cómo podemos despertar
la grandeza y la valentía de elecciones de gran calado, de impulsos del corazón para afrontar
desafíos educativos y afectivos?”. La palabra la he dicho tantas veces: ¡arriesga! Arriesga.
Quien no arriesga no camina. “¿Y si me equivoco?”.¡Bendito sea el Señor! Más te equivocarás
si te quedas quieto» (Discurso en Villa Nazaret, 18 de junio de 2016).
En la búsqueda de caminos capaces de despertar la valentía y los impulsos del corazón no se
puede dejar de tener en cuenta que la persona de Jesús y la Buena Noticia por Él proclamada
siguen fascinando a muchos jóvenes.
La capacidad de elegir de los jóvenes se ve obstaculizada por las dificultades relacionadas
con la condición de precariedad: la dificultad para encontrar trabajo o su dramática falta; los
obstáculos en la construcción de una autonomía económica; la imposibilidad de estabilizar la
propia trayectoria profesional. Para las mujeres jóvenes estos obstáculos son normalmente
aún más difíciles de superar.
El malestar económico y social de las familias, la forma en que los jóvenes asumen algunos
rasgos de la cultura contemporánea y el impacto de las nuevas tecnologías exigen una mayor
capacidad de respuesta al desafío educativo en su acepción más amplia: esta es la emergencia
educativa señalada por Benedicto XVI en el Mensaje a la Ciudad y a la Diócesis de Roma sobre
la urgencia de la educación (21 de enero de 2008). A nivel mundial también hay que tener
en cuenta las desigualdades entre países y su efecto sobre las oportunidades ofrecidas a los
jóvenes en las diferentes sociedades en términos de inclusión. También factores culturales
y religiosos pueden generar exclusión, por ejemplo lo referente a las diferencias de género
o a la discriminación de las minorías étnicas o religiosas, hasta empujar a los jóvenes más
emprendedores hacia la emigración.
En este contexto resulta particularmente urgente promover las capacidades personales poniéndolas
al servicio de un sólido proyecto de crecimiento común. Los jóvenes valoran la
posibilidad de combinar la acción en proyectos concretos en los que medir su capacidad de
obtener resultados, el ejercicio de un protagonismo dirigido a mejorar el contexto en el que
viven, la oportunidad de adquirir y perfeccionar sobre el terreno competencias útiles para la
vida y el trabajo.
La innovación social expresa un protagonismo positivo que invierte la condición de las nuevas
generaciones: de perdedores que solicitan protección frente a los riesgos del cambio, a
sujetos del cambio capaces de crear nuevas oportunidades. Es significativo que precisamente
los jóvenes – a menudo encasillados en el estereotipo de la pasividad y de la inexperiencia –
propongan y practiquen alternativas que muestran cómo el mundo o la Iglesia podrían ser.
Si queremos que en la sociedad o en la comunidad cristiana suceda algo nuevo, debemos dejar
espacio para que nuevas personas puedan actuar. En otras palabras, proyectar el cambio
según los principios de la sostenibilidad exige que se consienta a las nuevas generaciones
experimentar un nuevo modelo de desarrollo. Esto resulta particularmente problemático en
los países y contextos institucionales en los que la edad de quienes ocupan puestos de responsabilidad
es elevada y los ritmos de cambio generacional se hacen más lentos.
10 б Documento Preparatorio sТnodo 2018
II. FE, DISCERNIMIENTO, VOCACIÓN
A través del camino de este Sínodo, la Iglesia quiere reiterar su deseo de encontrar,
acompañar y cuidar de todos los jóvenes, sin excepción. No podemos ni queremos abandonarlos
a las soledades y a las exclusiones a las que el mundo les expone. Que su vida sea
experiencia buena, que no se pierdan en los caminos de la violencia o de la muerte, que
la desilusión no los aprisione en la alienación: todo esto no puede dejar de ser motivo de
gran preocupación para quien ha sido generado a la vida y a la fe y sabe que ha recibido
un gran don.
Es en virtud de este don que sabemos que venir al mundo significa encontrar la promesa de
una vida buena y que ser acogido y custodiado es la experiencia original que inscribe en cada
uno la confianza de no ser abandonado a la falta de sentido y a la oscuridad de la muerte y la
esperanza de poder expresar la propia originalidad en un camino hacia la plenitud de vida.
La sabiduría de la Iglesia oriental nos ayuda a descubrir cómo esta confianza está arraigada
en la experiencia de “tres nacimientos”: el nacimiento natural como mujer o como hombre
en un mundo capaz de acoger y sostener la vida; el nacimiento del bautismo «cuando alguien
se convierte en hijo de Dios por la gracia»; y luego, un tercer nacimiento, cuando tiene
lugar el paso «del modo de vida corporal al espiritual», que abre al ejercicio maduro de la
libertad (cfr. Discursos de Filoxeno de Mabbug, obispo sirio del siglo V, n. 9).
Ofrecer a los demás el don que nosotros mismos hemos recibido significa acompañarlos a
lo largo de este camino, ayudándoles a afrontar sus debilidades y las dificultades de la vida,
pero sobre todo sosteniendo las libertades que aún se están constituyendo. Por todo ello la
Iglesia, comenzando por sus Pastores, está llamada a interrogarse y a redescubrir su vocación
a la custodia con el estilo que el Papa Francisco recordó al inicio de su pontificado: «el
preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios,
san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe
una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota
fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de
amor» (Homilía en el inicio del ministerio petrino, 19 de marzo de 2013).
En esta perspectiva se presentarán ahora algunas ideas con vistas a un acompañamiento de
los jóvenes a partir de la fe, escuchando a la tradición de la Iglesia y con el claro objetivo de
sostenerlos en su discernimiento vocacional y en la toma de decisiones fundamentales de la
vida, desde la conciencia del carácter irreversible de algunas de ellas.
1. Fe y vocación
La fe, en cuanto participación en el modo de ver de Jesús (cfr. Lumen fidei, 18), es la fuente de
discernimiento vocacional, porque ofrece sus contenidos fundamentales, sus articulaciones
específicas, el estilo singular y la pedagogía propia. Acoger con alegría y disponibilidad este
don de la gracia exige hacerlo fecundo a través de elecciones de vida concretas y coherentes.
«No me habéis elegido vosotros a mí; sino que yo os he elegido yo a vosotros, y os he destinado
para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que
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pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los
otros» (Jn 15,16-17). Si la vocación a la alegría del amor es el llamado fundamental que Dios
pone en el corazón de cada joven para que su existencia pueda dar fruto, la fe es al mismo
tiempo don que viene de lo alto y respuesta al sentirse elegidos y amados.
La fe «no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir
una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la
pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que
todas nuestras debilidades» (Lumen fidei, 53). Esta fe «ilumina todas las relaciones sociales », contribuyendo a «construir la fraternidad universal» entre los hombres y mujeres de todos los tiempos (ibíd., 54).
La Biblia presenta numerosos relatos de vocación y de respuesta de jóvenes. A la luz de la fe,
estos gradualmente toman conciencia del proyecto de amor apasionado que Dios tiene para
cada uno. Esta es la intención de toda acción de Dios, desde la creación del mundo como lugar
«bueno», capaz de acoger la vida, y ofrecido como un don como la urdimbre de relaciones
en las que confiar.
Creer significa ponerse a la escucha del Espíritu y en diálogo con la Palabra que es camino,
verdad y vida (cfr. Jn 14,6) con toda la propia inteligencia y afectividad, aprender a confiar en
ella “encarnándola” en lo concreto de la vida cotidiana, en los momentos en los que la cruz
está cerca y en aquellos en los que se experimenta la alegría ante los signos de resurrección,
tal y como hizo el “discípulo amado”. Este es el desafío que interpela a la comunidad cristiana
y a cada creyente individual.
El espacio de este diálogo es la conciencia. Como enseña el Concilio Vaticano II, esta es «el
núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya
voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla» (Gaudium et spes, 16). Por lo tanto, la conciencia
es un espacio inviolable en el que se manifiesta la invitación a acoger una promesa.
Discernir la voz del Espíritu de otras llamadas y decidir qué respuesta dar es una tarea que
corresponde a cada uno: los demás lo pueden acompañar y confirmar, pero nunca sustituir.
La vida y la historia nos enseñan que para el ser humano no siempre es fácil reconocer la
forma concreta de la alegría a la que Dios lo llama y a la cual tiende su deseo, y mucho menos
ahora en un contexto de cambio e incertidumbre generalizada. Otras veces, la persona tiene
que enfrentarse al desánimo o a la fuerza de otros apegos que la detienen en su camino hacia
la plenitud: es la experiencia de muchos, por ejemplo la del joven que tenía demasiadas
riquezas para ser libre de acoger la llamada de Jesús y por esto se fue triste en lugar de lleno
de alegría (cfr. Mc 10,17-22). La libertad humana, aun necesitando ser siempre purificada y
liberada, sin embargo, no pierde nunca del todo la capacidad radical de reconocer el bien y de
hacerlo: «Los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse,
volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos
mentales y sociales que les impongan» (Laudato si’, 205).
2. El don del discernimiento
Tomar decisiones y orientar las propias acciones en situaciones de incertidumbre y frente a
impulsos internos contradictorios es el ámbito del ejercicio del discernimiento. Se trata de
un término clásico de la tradición de la Iglesia, que se aplica a una pluralidad de situaciones.
En efecto, existe un discernimiento de los signos de los tiempos, que apunta a reconocer la
presencia y la acción del Espíritu en la historia; un discernimiento moral, que distingue lo
que es bueno de lo que es malo; un discernimiento espiritual, que tiene como objetivo reconocer
la tentación para rechazarla y, en su lugar, seguir el camino de la plenitud de vida. Las
conexiones entre estas diferentes acepciones son evidentes y no se pueden nunca separar
completamente.
Teniendo presente esto, nos centramos aquí en el discernimiento vocacional, es decir, en
el proceso por el cual la persona llega a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la
voz del Espíritu, las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida. Si el
interrogante de cómo no desperdiciar las oportunidades de realización de sí mismo afecta a
todos los hombres y mujeres, para el creyente la pregunta se hace aún más intensa y profunda.
¿Cómo vivir la buena noticia del Evangelio y responder a la llamada que el Señor dirige
a todos aquellos a quienes les sale al encuentro: a través del matrimonio, del ministerio
ordenado, de la vida consagrada? Y cuál es el campo en el que se pueden utilizar los propios
talentos: ¿la vida profesional, el voluntariado, el servicio a los últimos, la participación en la
política?
El Espíritu habla y actúa a través de los acontecimientos de la vida de cada uno, pero los
eventos en sí mismos son mudos o ambiguos, ya que se pueden dar diferentes interpretaciones.
Iluminar el significado en lo concerniente a una decisión requiere un camino de
discernimiento. Los tres verbos con los que esto se describe en la Evangelii gaudium, 51 –
reconocer, interpretar y elegir – pueden ayudarnos a delinear un itinerario adecuado tanto
para los individuos como para los grupos y las comunidades, sabiendo que en la práctica los
límites entre las diferentes fases no son nunca tan claros.
Reconocer
El reconocimiento se refiere, en primer lugar, a los efectos que los acontecimientos de mi
vida, las personas que encuentro, las palabras que escucho o que leo producen en mi interioridad:
una variedad de «deseos, sentimientos, emociones» (Amoris laetitia, 143) de muy
distinto signo: tristeza, oscuridad, plenitud, miedo, alegría, paz, sensación de vacío, ternura,
rabia, esperanza, tibieza, etc. Me siento atraído o empujado hacia una pluralidad de direcciones,
sin que ninguna me parezca la que claramente se debe seguir; es el momento de los
altos y bajos y en algunos casos de una auténtica lucha interior. Reconocer exige hacer aflorar
esta riqueza emotiva y nombrar estas pasiones sin juzgarlas. Exige igualmente percibir el
“sabor” que dejan, es decir, la consonancia o disonancia entre lo que experimento y lo más
profundo que hay en mí.
En esta fase, la Palabra de Dios reviste una gran importancia: meditarla, de hecho, pone en
movimiento las pasiones como todas las experiencias de contacto con la propia interioridad,
pero al mismo tiempo ofrece una posibilidad de hacerlas emerger identificándose con los
acontecimientos que ella narra. La fase del reconocimiento sitúa en el centro la capacidad de
escuchar y la afectividad de la persona, sin eludir por temor la fatiga de silencio. Se trata de
un paso fundamental en el camino de maduración personal, en particular para los jóvenes
que experimentan con mayor intensidad la fuerza de los deseos y pueden también permanecer
asustados, renunciando incluso a los grandes pasos a los que sin embargo se sienten
impulsados.
Interpretar
No basta reconocer lo que se ha experimentado: hay que “interpretarlo”, o, en otras palabras,
comprender a qué el Espíritu está llamando a través de lo que suscita en cada uno.
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Muchas veces nos detenemos a contar una experiencia, subrayando que “me ha impresionado
mucho”. Más difícil es entender el origen y el sentido de los deseos y de las emociones
experimentadas y evaluar si nos están orientando en una dirección constructiva o si por el
contrario nos están llevando a replegarnos sobre nosotros mismos.
Esta fase de interpretación es muy delicada: se requiere paciencia, vigilancia y también un
cierto aprendizaje. Hemos de ser capaces de darnos cuenta de los efectos de los condicionamientos
sociales y psicológicos. También exige poner en práctica las propias facultades
intelectuales, sin caer sin embargo en el peligro de construir teorías abstractas sobre lo que
sería bueno o bonito hacer: también en el discernimiento «la realidad es superior a la idea»
(Evangelii gaudium, 231). En la interpretación tampoco se puede dejar de enfrentarse con la
realidad y de tomar en consideración las posibilidades que realmente se tienen a disposición.
Para interpretar los deseos y los movimientos interiores es necesario confrontarse honestamente,
a la luz de la Palabra de Dios, también con las exigencias morales de la vida cristiana,
siempre tratando de ponerlas en la situación concreta que se está viviendo. Este esfuerzo
obliga a quien lo realiza a no contentarse con la lógica legalista del mínimo indispensable,
y en su lugar buscar el modo de sacar el mayor provecho a los propios dones y las propias
posibilidades: por esto resulta una propuesta atractiva y estimulante para los jóvenes.
Este trabajo de interpretación se desarrolla en un diálogo interior con el Señor, con la activación
de todas las capacidades de la persona; la ayuda de una persona experta en la escucha
del Espíritu es, sin embargo, un valioso apoyo que la Iglesia ofrece, y del que sería poco sensato
no hacer uso.
Elegir
Una vez reconocido e interpretado el mundo de los deseos y de las pasiones, el acto de decidir
se convierte en ejercicio de auténtica libertad humana y de responsabilidad personal,
siempre claramente situadas y por lo tanto limitadas. Entonces, la elección escapa a la fuerza
ciega de las pulsiones, a las que un cierto relativismo contemporáneo termina por asignar el
rol de criterio último, aprisionando a la persona en la volubilidad. Al mismo tiempo se libera
de la sujeción a instancias externas a la persona y, por tanto, heterónomas, exigiendo asimismo
una coherencia de vida.
Durante mucho tiempo en la historia, las decisiones fundamentales de la vida no fueron tomadas
por los interesados directos; en algunas partes del mundo todavía es así, tal como se ha
apuntado también en el capítulo I. Promover elecciones verdaderamente libres y responsables,
despojándose de toda connivencia con legados de otros tiempos, sigue siendo el objetivo de
toda pastoral vocacional seria. El discernimiento es en la pastoral vocacional el instrumento
fundamental, que permite salvaguardar el espacio inviolable de la conciencia, sin pretender
sustituirla (cfr. Amoris laetitia, 37).
La decisión debe ser sometida a la prueba de los hechos en vista de su confirmación. La
elección no puede quedar aprisionada en una interioridad que corre el riesgo de mantenerse
virtual o poco realista – se trata de un peligro acentuado en la cultura contemporánea –, sino
que está llamada a traducirse en acción, a tomar cuerpo, a iniciar un camino, aceptando el
riesgo de confrontarse con la realidad que había puesto en movimiento deseos y emociones.
Otros movimientos interiores nacerán en esta fase: reconocerlos e interpretarlos permitirá
confirmar la bondad de la decisión tomada o aconsejará revisarla. Por esto es importante
“salir”, incluso del miedo de equivocarse que, como hemos visto, puede llegar a ser paralizante.
3. Caminos de vocación y misión
El discernimiento vocacional no se realiza en un acto puntual, aun cuando en la historia de
cada vocación es posible identificar momentos o encuentros decisivos. Como todas las cosas
importantes de la vida, también el discernimiento vocacional es un proceso largo, que se
desarrolla en el tiempo, durante el cual es necesario mantener la atención a las indicaciones
con las que el Señor precisa y específica una vocación que es exclusivamente personal
e irrepetible. El Señor les pidió a Abraham y a Sara que partieran, pero sólo en un camino
progresivo y no sin pasos en falso se aclaró cuál era la inicialmente misteriosa «tierra que
yo te mostraré» (Gén 12,1). María misma progresa en la conciencia de su vocación a través
de la meditación de las palabras que escucha y los eventos que le suceden, también los que
no comprende (cfr. Lc 2,50-51).
El tiempo es fundamental para verificar la orientación efectiva de la decisión tomada. Como
enseña cada página del texto bíblico, no hay vocación que no se ordene a una misión acogida
con temor o con entusiasmo.
Acoger la misión implica la disponibilidad de arriesgar la propia vida y recorrer la vía de la
cruz, siguiendo las huellas de Jesús, que con decisión se puso en camino hacia Jerusalén (cfr.
Lc 9,51) para ofrecer su vida por la humanidad. Sólo si la persona renuncia a ocupar el centro
de la escena con sus necesidades se abre el espacio para acoger el proyecto de Dios a la vida
familiar, al ministerio ordenado o a la vida consagrada, así como para llevar a cabo con rigor
su profesión y buscar sinceramente el bien común. En particular en los lugares donde la
cultura está más profundamente marcada por el individualismo, es necesario verificar hasta
qué punto las elecciones son dictadas por la búsqueda de la propia autorrealización narcisista
y en qué grado, por el contrario, incluyen la disponibilidad a vivir la propia existencia
en la lógica de la generosa entrega. Por esto, el contacto con la pobreza, la vulnerabilidad y
la necesidad revisten gran importancia en los caminos de discernimiento vocacional. En lo
que respecta a los futuros pastores, es oportuno examinar y promover el crecimiento de la
disponibilidad a dejarse impregnar del “olor de las ovejas”.
4. El acompañamiento
En la base de discernimiento podemos identificar tres convicciones, muy arraigadas en la
experiencia de cada ser humano releída a la luz de la fe y de la tradición cristiana. La primera
es que el Espíritu de Dios actúa en el corazón de cada hombre y de cada mujer a través de
sentimientos y deseos que se conectan a ideas, imágenes y proyectos. Escuchando con atención,
el ser humano tiene la posibilidad de interpretar estas señales. La segunda convicción
es que el corazón humano debido a su debilidad y al pecado, se presenta normalmente divido
a causa de la atracción de reclamos diferentes, o incluso opuestos. La tercera convicción es
que, en cualquier caso, el camino de la vida impone decidir, porque no se puede permanecer
indefinidamente en la indeterminación. Pero es necesario dotarse de los instrumentos para
reconocer la llamada del Señor a la alegría del amor y elegir responder a ella.
Entre estos instrumentos, la tradición espiritual destaca la importancia del acompañamiento
personal. Para acompañar a otra persona no basta estudiar la teoría del discernimiento;
es necesario tener la experiencia personal en interpretar los movimientos del corazón para
reconocer la acción del Espíritu, cuya voz sabe hablar a la singularidad de cada uno. El acomDocumento
pañamiento personal exige refinar continuamente la propia sensibilidad a la voz del Espíritu
y conduce a descubrir en las peculiaridades personales un recurso y una riqueza.
Se trata de favorecer la relación entre la persona y el Señor, colaborando a eliminar lo que la
obstaculiza. He aquí la diferencia entre el acompañamiento al discernimiento y el apoyo psicológico,
que también, si está abierto a la trascendencia, se revela a menudo de fundamental
importancia. El psicólogo sostiene a una persona en las dificultades y la ayuda a tomar
conciencia de sus fragilidades y su potencial; el guía espiritual remite la persona al Señor y
prepara el terreno para el encuentro con Él (cfr. Jn 3,29-30).
Los pasajes evangélicos que narran el encuentro de Jesús con las personas de su tiempo
resaltan algunos elementos que nos ayudan a trazar el perfil ideal de quien acompaña a
un joven en el discernimiento vocacional: la mirada amorosa (la vocación de los primeros
discípulos, cfr. Jn 1,35-51); la palabra con autoridad (la enseñanza en la sinagoga de Cafarnaúm,
cfr. Lc 4,32); la capacidad de “hacerse prójimo” (la parábola del buen samaritano, cfr.
Lc 10,25-37); la opción de “caminar al lado” (los discípulos de Emaús, cfr. Lc 24,13-35); el
testimonio de autenticidad, sin miedo a ir en contra de los prejuicios más generalizados (el
lavatorio de los pies en la última cena, cfr. Jn 13,1-20).
En el compromiso de acompañar a las nuevas generaciones la Iglesia acoge su llamada a
colaborar en la alegría de los jóvenes, más que intentar apoderarse de su fe (cfr. 2Cor 1,24).
Dicho servicio se arraiga en última instancia en la oración y en la petición del don del Espíritu
que guía e ilumina a todos y a cada uno.
III. LA ACCIÓN PASTORAL
¿Qué significa para la Iglesia acompañar a los jóvenes a acoger la llamada a la alegría
del Evangelio, sobre todo en un tiempo marcado por la incertidumbre, por la precariedad
y por la inseguridad? El propósito de este capítulo es concentrar la atención en lo que
implica tomar en serio el desafío del cuidado pastoral y del discernimiento vocacional,
teniendo en consideración cuáles son los sujetos, los lugares y los instrumentos a disposición.
En este sentido, reconocemos una inclusión recíproca entre pastoral juvenil y
pastoral vocacional, aun siendo conscientes de las diferencias. No se tratará de una panorámica
exhaustiva, sino de indicaciones que se deben completar sobre la base de las
experiencias de cada Iglesia local.
1. Caminar con los jóvenes
Acompañar a los jóvenes exige salir de los propios esquemas preconfeccionados, encontrándolos
allí donde están, adecuándose a sus tiempos y a sus ritmos; significa también tomarlos
en serio en su dificultad para descifrar la realidad en la que viven y para transformar un
anuncio recibido en gestos y palabras, en el esfuerzo cotidiano por construir la propia historia
y en la búsqueda más o menos consciente de un sentido para sus vidas.
Cada domingo los cristianos mantienen viva la memoria de Jesús muerto y resucitado, encontrándolo
en la celebración de la Eucaristía. Muchos niños son bautizados en la fe de la
Iglesia y continúan el camino de la iniciación cristiana. Esto, sin embargo, no equivale aún a
una elección madura de una vida de fe. Para ello es necesario un camino, que a veces también
pasa a través de vías imprevisibles y alejadas de los lugares habituales de las comunidades
eclesiales. Por esto, como ha recordado el Papa Francisco, «la pastoral vocacional es aprender
el estilo de Jesús, que pasa por los lugares de la vida cotidiana, se detiene sin prisa y,
mirando a los hermanos con misericordia, les lleva a encontrarse con Dios Padre» (Discurso
a los participantes en el Congreso de pastoral vocacional, 21 de octubre de 2016). Caminando
con los jóvenes se edifica la entera comunidad cristiana.
Precisamente porque se trata de interpelar la libertad de los jóvenes, hay que valorizar la
creatividad de cada comunidad para construir propuestas capaces de captar la originalidad
de cada uno y secundar su desarrollo. En muchos casos se tratará también de aprender a dar
espacio real a la novedad, sin sofocarla en el intento de encasillarla en esquemas predefinidos:
no puede haber una siembra fructífera de vocaciones si nos quedamos simplemente
cerrados en el «cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”», sin «ser audaces
y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos
evangelizadores de las propias comunidades» (Evangelii gaudium, 33). Tres verbos, que en
los Evangelios connotan el modo en el que Jesús encuentra a las personas de su tiempo, nos
ayudan a estructurar este estilo pastoral: salir, ver y llamar.
Salir
Pastoral vocacional en este sentido significa acoger la invitación del Papa Francisco a salir,
en primer lugar, de esas rigideces que hacen que sea menos creíble el anuncio de la alegría
del Evangelio, de los esquemas en los que las personas se sienten encasilladas y de un modo
de ser Iglesia que a veces resulta anacrónico. Salir es también signo de libertad interior respecto
a las actividades y a las preocupaciones habituales, a fin de permitir a los jóvenes ser
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protagonistas. Encontrarán atractiva a la comunidad cristiana cuanto más la experimenten
acogedora hacia la contribución concreta y original que pueden aportar.
Ver
Salir hacia el mundo de los jóvenes requiere la disponibilidad para pasar tiempo con ellos,
para escuchar sus historias, sus alegrías y esperanzas, sus tristezas y angustias, compartiéndolas:
esta es la vía para inculturar el Evangelio y evangelizar toda cultura, también la
juvenil. Cuando los Evangelios narran los encuentros de Jesús con los hombres y las mujeres
de su tiempo, destacan precisamente su capacidad de detenerse con ellos y el atractivo que
percibe quien cruza su mirada. Esta es la mirada de todo auténtico pastor, capaz de ver en la
profundidad del corazón sin resultar intruso o amenazador; es la verdadera mirada del discernimiento,
que no quiere apoderarse de la conciencia ajena ni predeterminar el camino de
la gracia de Dios a partir de los propios esquemas.
Llamar
En los relatos evangélicos la mirada de amor de Jesús se transforma en una palabra, que es
una llamada a una novedad que se debe acoger, explorar y construir. Llamar quiere decir, en
primer lugar, despertar el deseo, mover a las personas de lo que las tiene bloqueadas o de
las comodidades en las que descansan. Llamar quiere decir hacer preguntas a las que no hay
respuestas preconfeccionadas. Es esto, y no la prescripción de normas que se deben respetar,
lo que estimula a las personas a ponerse en camino y encontrar la alegría del Evangelio.
2. Sujetos
Todos los jóvenes, sin excepción
Para la pastoral los jóvenes son sujetos y no objetos. A menudo, de hecho, son tratados por la
sociedad como una presencia inútil o incómoda: la Iglesia no puede reproducir esta actitud,
porque todos los jóvenes, sin excepción, tienen el derecho a ser acompañados en su camino.
Además, cada comunidad está llamada a prestar atención especial sobre todo a los jóvenes
pobres, marginados y excluidos, y a convertirlos en protagonistas. Ser cercanos a los jóvenes
que viven en condiciones de mayor pobreza y dificultad, violencia y guerra, enfermedad, discapacidad
y sufrimiento es un don especial del Espíritu, capaz de hacer resplandecer el estilo
de una Iglesia en salida. La misma Iglesia está llamada a aprender de los jóvenes: de ello dan
un testimonio luminoso muchos jóvenes santos que continúan siendo fuente de inspiración
para todos.
Una comunidad responsable
Toda la comunidad cristiana debe sentirse responsable de la tarea de educar a las nuevas
generaciones y debemos reconocer que son muchas las figuras de cristianos que la asumen,
empezando por quienes se comprometen dentro de la vida eclesial. También deben apreciarse
los esfuerzos de quien testimonia la vida buena del Evangelio y la alegría que de ella
brota en los lugares de la vida cotidiana. Por último, deben valorizarse las oportunidades de
implicación de los jóvenes en los organismos de participación de las comunidades diocesanas
y parroquiales, empezando por los consejos pastorales, invitándoles a contribuir con su
creatividad y acogiendo sus ideas aunque parezcan provocadoras.
En todas las partes del mundo existen parroquias, congregaciones religiosas, asociaciones,
movimientos y realidades eclesiales capaces de proyectar y ofrecer a los jóvenes experiencias
de crecimiento y de discernimiento realmente significativas. A veces esta dimensión proyectiva
deja espacio a la improvisación y a la incompetencia: es un riesgo del cual defenderse
tomando cada vez más en serio la tarea de pensar, concretizar, coordinar y realizar la pastoral
juvenil de modo correcto, coherente y eficaz. Aquí también se impone la necesidad de una
preparación específica y continua de los formadores.
Las figuras de referencia
El rol de adultos dignos de confianza, con quienes entrar en alianza positiva, es fundamental
en todo camino de maduración humana y de discernimiento vocacional. Se necesitan creyentes
con autoridad, con una clara identidad humana, una sólida pertenencia eclesial, una
visible cualidad espiritual, una vigorosa pasión educativa y una profunda capacidad de discernimiento.
A veces, por el contrario, adultos sin preparación e inmaduros tienden a actuar
de manera posesiva y manipuladora, creando dependencias negativas, fuertes malestares y
graves contratestimonios, que pueden llegar hasta el abuso.
Para que haya figuras creíbles, debemos formarlas y sostenerlas, proporcionándoles también
mayores competencias pedagógicas. Esto vale en particular para quienes tienen confiada la
tarea de acompañantes del discernimiento vocacional en vista del ministerio ordenado y de
la vida consagrada.
Padres y familia: dentro de cada comunidad cristiana se debe reconocer el insustituible rol
educativo desempeñado por los padres y por otros familiares. Son en primer lugar los padres,
dentro de la familia, quienes expresan cada día en el amor que los une entre sí y con sus
hijos el cuidado de Dios por cada ser humano. En este sentido son valiosas las indicaciones
ofrecidas por el Papa Francisco en un específico capítulo de Amoris laetitia (cfr. 259-290).
Pastores: el encuentro con figuras ministeriales, capaces de implicarse realmente en el mundo
juvenil dedicándole tiempo y recursos, gracias también al generoso testimonio de mujeres
y hombres consagrados, es decisivo para el crecimiento de las nuevas generaciones. Lo
recordó también el Papa Francisco: «Se lo pido especialmente a los pastores de la Iglesia,
a los obispos y a los sacerdotes: sois los responsables principales de la vocación sacerdotal
y cristiana, y esta tarea no puede ser relegada a una oficina burocrática. Vosotros también
habéis experimentado un encuentro que cambió vuestra vida, cuando otro sacerdote… hizo
sentir la belleza del amor de Dios. Haced lo mismo vosotros, saliendo, escuchando a los jóvenes
– hace falta paciencia – podéis orientar sus pasos» (Discurso a los participantes en el
Congreso de pastoral vocacional, 21 de octubre de 2016).
Docentes y otras figuras educativas: muchos docentes católicos están comprometidos como
testigos en las universidades y en las escuelas de todo orden y grado; en el mundo del trabajo
muchos están presentes con competencia y pasión; en la política muchos creyentes tratan de
ser fermento de una sociedad más justa; en el voluntariado civil muchos se dedican a trabajar
por el bien común y por el cuidado de la creación; en la animación del tiempo libre y del
deporte muchos están comprometidos con entusiasmo y generosidad. Todos ellos dan testimonio
de vocaciones humanas y cristianas acogidas y vividas con fidelidad y compromiso,
suscitando en quien los ve el deseo de hacer lo mismo: responder con generosidad a la propia
vocación es el primer modo de hacer pastoral vocacional.
3. Lugares
La vida cotidiana y el compromiso social
Convertirse en adultos significa aprender a gestionar con autonomía dimensiones de la vida
que son al mismo tiempo fundamentales y cotidianas: la utilización del tiempo y del dinero,
el estilo de vida y de consumo, el estudio y el tiempo libre, el vestido y la comida, y la vida
afectiva y la sexualidad. Este aprendizaje, al que los jóvenes se enfrentan inevitablemente, es
la ocasión para poner orden en la propia vida y en las propias prioridades, experimentando
caminos de elección que pueden convertirse en una escuela de discernimiento y consolidar la
propia orientación con vistas a las decisiones más importantes: la fe, cuanto más auténtica
es, tanto más interpela a la vida cotidiana y se deja interpelar por ella. Merecen una mención
particular las experiencias, a menudo difíciles o problemáticas, de la vida laboral o a las de
falta de trabajo: estas también son ocasión para acoger o profundizar la propia vocación.
Los pobres gritan y junto con ellos la tierra: el compromiso de escuchar puede ser una ocasión
concreta de encuentro con el Señor y con la Iglesia y de descubrimiento de la propia vocación.
Como enseña el Papa Francisco, las acciones comunitarias con las que se cuida de la
casa común y de la calidad de vida de los pobres «cuando expresan un amor que se entrega,
pueden convertirse en intensas experiencias espirituales» (Laudato si’, 232) y, por lo tanto,
también en ocasión de caminos y de discernimiento vocacional.
Los ámbitos específicos de la pastoral
La Iglesia ofrece a los jóvenes lugares específicos de encuentro y de formación cultural, de
educación y de evangelización, de celebración y de servicio, colocándose en primera línea
para dar una acogida abierta a todos y a cada uno. El desafío para estos lugares y para quienes
los animan es proceder cada vez más en la lógica de la construcción de una red integrada de
propuestas, y asumir en el proprio modo de obrar el estilo de salir, ver y llamar.
– A nivel mundial destacan las Jornadas Mundiales de la Juventud. También Conferencias
Episcopales y Diócesis sienten cada vez más su deber de ofrecer eventos y experiencias
específicas para los jóvenes.
– Las Parroquias ofrecen espacios, actividades, tiempo e itinerarios para las jóvenes generaciones.
La vida sacramental ofrece ocasiones fundamentales para crecer en la capacidad de
acoger el don de Dios en la propia existencia e invita a la participación activa en la misión
eclesial. Un signo de la atención al mundo de los jóvenes son los centros juveniles y los
oratorios.
– Las universidades y las escuelas católicas, con su valioso servicio cultural y formativo, son
otro instrumento de presencia de la Iglesia entre los jóvenes.
– Las actividades sociales y de voluntariado ofrecen la oportunidad de implicarse en el servicio
generoso; el encuentro con personas que experimentan pobreza y exclusión puede ser
una ocasión favorable de crecimiento espiritual y de discernimiento vocacional: también
desde este punto de vista los pobres son maestros, mejor dicho, portadores de la buena noticia
de que la fragilidad es el lugar donde se vive la experiencia de la salvación.
– Las asociaciones y los movimientos eclesiales, pero también muchos lugares de espiritualidad,
ofrecen a los jóvenes serios itinerarios de discernimiento; las experiencias misioneras
se convierten en momentos de servicio generoso y de intercambio fecundo; el redescubrimiento
de la peregrinación como forma y estilo de camino resulta válido y prometedor; en
muchos contextos la experiencia de la piedad popular sostiene y nutre la fe de los jóvenes.
– Ocupan un lugar de importancia estratégica los seminarios y las casas de formación, que
también a través de una intensa vida comunitaria, deben permitir a los jóvenes que acogen
vivir la experiencia que les hará a su vez ser capaces de acompañar a otros.
El mundo digital
Por las razones ya recordadas, merece una mención particular el mundo de los new media,
que sobre todo para las jóvenes generaciones se ha convertido realmente en un lugar de
vida; ofrece muchas oportunidades inéditas, especialmente en lo que se refiere al acceso a
la información y a la construcción de relaciones a distancia, pero también presenta riesgos
(por ejemplo el ciberacoso, los juegos de azar, la pornografía, las insidias de los chat room,
la manipulación ideológica, etc.). Pese a las muchas diferencias entre las distintas regiones,
la comunidad cristiana continúa construyendo su presencia en este nuevo areópago, donde
los jóvenes tienen sin duda algo que enseñarle.
4. Instrumentos
Los lenguajes de la pastoral
A veces nos damos cuenta que entre el lenguaje eclesial y el de los jóvenes se abre un espacio
difícil de colmar, aunque hay muchas experiencias de encuentro fecundo entre las sensibilidades
de los jóvenes y las propuestas de la Iglesia en ámbito bíblico, litúrgico, artístico,
catequético y mediático. Soñamos con una Iglesia que sepa dejar espacios al mundo juvenil y
a sus lenguajes, apreciando y valorando la creatividad y los talentos.
En particular, reconocemos en el deporte un recurso educativo con grandes oportunidades,
y en la música y en las otras expresiones artísticas un lenguaje expresivo privilegiado que
acompaña el camino de crecimiento de los jóvenes.
El cuidado educativo y los itinerarios de evangelización
En la acción pastoral con los jóvenes, donde es necesario poner en marcha procesos más que
ocupar espacios, descubrimos, en primer lugar, la importancia del servicio al crecimiento
humano de cada uno y de los instrumentos pedagógicos y formativos que pueden sostenerlo.
Entre evangelización y educación se constata una fecunda relación genética que, en la realidad
contemporánea, debe tener en cuenta la gradualidad de los caminos de maduración de
la libertad.
Respecto al pasado, debemos acostumbrarnos a itinerarios de acercamiento a la fe cada vez
menos estandarizados y más atentos a las características personales de cada uno: junto a los
que continúan siguiendo las etapas tradicionales de la iniciación cristiana, muchos llegan al
encuentro con el Señor y con la comunidad de los creyentes por otra vía y en edad más avanzada,
por ejemplo a partir de la práctica de un compromiso con la justicia, o del encuentro
en ámbitos extraeclesiales con alguien capaz de ser testigo creíble. El desafío para las comunidades
es resultar acogedoras para todos, siguiendo a Jesús que sabía hablar con judíos y
samaritanos, con paganos de cultura griega y ocupantes romanos, comprendiendo el deseo
profundo de cada uno de ellos.
Silencio, contemplación y oración
Por último, y sobre todo, no hay discernimiento sin cultivar la familiaridad con el Señor y el
diálogo con su Palabra. En particular, la Lectio Divina es un método valioso que la tradición
de la Iglesia nos ofrece.
En una sociedad cada vez más ruidosa, que propone una superabundancia de estímulos, un
objetivo fundamental de la pastoral juvenil vocacional es ofrecer ocasiones para saborear el
valor del silencio y de la contemplación y formar en la relectura de las propias experiencias
y en la escucha de la conciencia.
5. María de Nazaret
Encomendemos a María este camino en el que la Iglesia se interroga sobre cómo acompañar
a los jóvenes a acoger la llamada a la alegría del amor y a la vida en plenitud. Ella, joven mujer
de Nazaret, que en cada etapa de su existencia acoge la Palabra y la conserva, meditándola
en su corazón (cfr. Lc 2,19), fue la primera en recorrer este camino.
Cada joven puede descubrir en la vida de María el estilo de la escucha, la valentía de la fe,
la profundidad del discernimiento y la dedicación al servicio (cfr. Lc 1,39-45). En su “pequeñez”,
la Virgen esposa prometida a José, experimenta la debilidad y la dificultad para
comprender la misteriosa voluntad de Dios (cfr. Lc 1,34). Ella también está llamada a vivir el
éxodo de sí misma y de sus proyectos, aprendiendo a entregarse y a confiar.
Haciendo memoria de las «cosas grandes» que el Todopoderoso ha realizado en Ella (cfr.
Lc 1,49), la Virgen no se siente sola, sino plenamente amada y sostenida por el “No temas”
del ángel (cfr. Lc 1,30). Consciente de que Dios está con ella, María abre su corazón al “Heme
aquí” y así inaugura el camino del Evangelio (cfr. Lc 1,38). Mujer de la intercesión (cfr. Jn
2,3), frente a la cruz del Hijo, unida al “discípulo amado”, acoge nuevamente la llamada a
ser fecunda y a generar vida en la historia de los hombres. En sus ojos cada joven puede redescubrir
la belleza del discernimiento, en su corazón puede experimentar la ternura de la
intimidad y la valentía del testimonio y de la misión.
CUESTIONARIO
El objetivo del cuestionario es ayudar a los Organismos a quienes corresponde responder
a expresar su comprensión del mundo juvenil y a leer su experiencia de acompañamiento
vocacional, a efectos de la recopilación de elementos para la redacción del Documento de
trabajo o Instrumentum laboris.
Con el fin de tener en cuenta las diferentes situaciones continentales, se han inserido, después
de la pregunta n. 15, tres preguntas específicas para cada área geográfica, a las que
están invitados a responder los Organismos interesados.
Para hacer este trabajo más fácil y sostenible, se ruega a los respectivos Organismos que respondan,
indicativamente, con una página para los datos, siete u ocho páginas para la lectura
de la situación y una página para cada una de las tres experiencias que se quiere compartir. Si
es necesario y se desea, se podrán adjuntar otros textos para apoyar o completar este dossier
sintético.
1. RECOGER LOS DATOS
Por favor, indíquense si es posible las fuentes y los años de referencia. Pueden anexarse otros
datos sintéticos a disposición que parezcan relevantes para comprender mejor la situación
de los diferentes países.
– Número de habitantes en el país/en los países y la tasa de natalidad.
– Número y porcentaje de jóvenes (16-29 años) en el país/en los países.
– Número y porcentaje de católicos en el país/en los países.
– Edad media (en los últimos cinco años) para contraer matrimonio (distinguiendo entre
hombres y mujeres), para ingresar en el seminario y para entrar en la vida consagrada (distinguiendo
entre hombres y mujeres).
– En el grupo de edad de 16-29 años, el porcentaje de: estudiantes, trabajadores (si es posible
especificar los ámbitos), desempleados y NEET (not in education, employment or training).
2. LEER LA SITUACIÓN
a) Jóvenes, Iglesia y sociedad
Estas preguntas se refieren tanto a los jóvenes
que frecuentan los ambientes eclesiales,
como a los que están más alejados o ajenos.
46. ¿De qué modo escucháis la realidad de los jóvenes?
47. ¿Cuáles son hoy los principales desafíos y cuáles son las oportunidades más significativas
para los jóvenes de vuestro país/de vuestros países?
48. ¿Qué tipos y lugares de agregación juvenil, institucionales y no institucionales, tienen
más éxito en ámbito eclesial, y por qué?
49. ¿Qué tipos y lugares de agregación juvenil, institucionales y no institucionales, tienen
más éxito fuera del ámbito eclesial, y por qué?
50. ¿Qué piden concretamente hoy los jóvenes de vuestro país/es a la Iglesia?
51. En vuestro país/es, ¿qué espacios de participación tienen los jóvenes en la vida de la
comunidad eclesial?
52. ¿Cómo y dónde podéis encontrar jóvenes que no frecuentan vuestros ambientes eclesiales?
b) La pastoral juvenil vocacional
53. ¿Cuál es la implicación de las familias y las comunidades en el discernimiento vocacional
de los jóvenes?
54. ¿Cuáles son las contribuciones a la formación en el discernimiento vocacional por
parte de escuelas y universidades o de otras instituciones formativas (civiles o eclesiales)?
55. ¿De qué modo tenéis en cuenta el cambio cultural causado por el desarrollo del mundo
digital?
56. ¿De qué modo las Jornadas Mundiales de la Juventud u otros eventos nacionales o internacionales
pueden entrar en la práctica pastoral ordinaria?
57. ¿De qué modo en vuestras Diócesis se proyectan experiencias y caminos de pastoral
juvenil vocacional?
c) Los acompañantes
58. ¿Cuánto tiempo y espacio dedican los pastores y los otros educadores al acompañamiento
espiritual personal?
59. ¿Qué iniciativas y caminos de formación son puestos en marcha por los acompañantes
vocacionales?
60. ¿Qué acompañamiento personal se propone en los seminarios?
d) Preguntas específicas por áreas geográficas
ÁFRICA
j. ¿Qué visiones y estructuras de pastoral juvenil vocacional responden mejor a las necesidades
de vuestro continente?
k. ¿Cómo interpretáis la “paternidad espiritual”
en contextos donde se crece sin la figura paterna? ¿Qué formación ofrecéis?
l. ¿Cómo conseguís comunicar a los jóvenes que son necesarios para construir el futuro
de la Iglesia?
AMÉRICA
j. ¿De qué modo vuestras comunidades se hacen cargo de los jóvenes que experimentan
situaciones de violencia extrema (guerrillas, bandas, cárcel, drogodependencia, matrimonios
forzados) y los acompañan a lo largo de trayectorias de vida?
k. ¿Qué formación ofrecéis para sostener el compromiso de los jóvenes en el ámbito sociopolítico
con vistas al bien común?
l. En contextos de fuerte secularización, ¿qué acciones pastorales resultan más eficaces
para proseguir un camino de fe tras el camino de la iniciación cristiana?
ASIA Y OCEANÍA
j. ¿Por qué y cómo ejercen atractivo sobre los jóvenes las propuestas religiosas de agregación
ofrecidas por realidades externas a la Iglesia?
k. ¿Cómo conjugar los valores de la cultura local con la propuesta cristiana, valorando
también la piedad popular?
l. ¿Cómo utilizáis en la pastoral los lenguajes juveniles, sobre todo los medios de comunicación,
el deporte y la música?
EUROPA
– ¿Cómo ayudáis a los jóvenes a mirar hacia el futuro con confianza y esperanza a partir
de la riqueza de la memoria cristiana de Europa?
– Los jóvenes a menudo se sienten descartados y rechazados por el sistema político,
económico y social en el que viven. ¿Cómo escucháis este potencial de protesta para que
se transforme en propuesta y colaboración?
24 б Documento Preparatorio sТnodo 2018
– ¿En qué niveles la relación intergeneracional todavía funciona? ¿cómo reactivarlo donde
no funciona?
3. COMPARTIR LAS PRÁCTICAS
1. Enumerad los principales tipos de prácticas pastorales de acompañamiento y discernimiento
vocacional presentes en vuestras realidades.
2. Elegid tres prácticas que consideráis más interesantes y pertinente para compartir con la
Iglesia universal, y presentadlas según el siguiente esquema (máximo una página por experiencia).
j) Descripción: Describid en pocas líneas la experiencia. ¿Quiénes son los protagonistas?
¿Cómo se desarrolla la actividad? ¿Dónde? Etc.
k) Análisis: Evaluad, también en forma narrativa, la experiencia, para comprender mejor
los elementos significativos: ¿cuáles son los objetivos? ¿Cuáles son las premisas teóricas?
¿Cuáles son las intuiciones más interesantes? ¿Cómo han evolucionado? Etc.
l) Evaluación: ¿Cuáles son los objetivos alcanzados y los no alcanzados? ¿Los puntos fuertes
y los débiles? ¿Cuáles son las consecuencias a nivel social, cultural y eclesial? ¿Por qué y en
qué la experiencia es significativa / formativa? Etc.