Desde el inicio de la Pandemia se asumió el lenguaje de la guerra como la manera de aproximarnos a la experiencia colectiva de vivir esta amenaza invisible.
Comenzamos a hablar de la lucha contra el Coronavirus, de que se trata de una guerra, de los que están en la primera línea... y por tanto de cómo vencer al coronavirus. Este lenguaje guerrero no es ajeno a otros ámbitos de la medicina como lo es, por ejemplo, la "lucha" contra el cáncer, en el que no es extraño oír que tal venció la enfermedad o cual fue vencido por la enfermedad.
Yo me pregunto: ¿qué es vencer al Coronavirus?
Seguramente no hay una única respuesta y ésta depende también del momento en que nos la hacemos y de la perspectiva que tomamos: global o individual, sanitaria o social.
Con esta premisa me atrevo a proponer tres claves que marcan un itinerario para vivir la pandemia y son un reflejo de esa ansiada victoria: resistir con esperanza, luchar unidos y renacer transformados.
RESISTIR CON ESPERANZA
En estos días de confinamiento se ha puesto nuevamente de moda aquella vieja canción del Dúo Dinámico: Resistiré. La oímos desde los balcones y en los medios de comunicación. En ella alimentamos una conciencia colectiva de resistencia frente a la crisis que estamos viviendo.
Sin embargo los días pasan y pesan. Y la resistencia se ve amenazada por el miedo que, el bombardeo de cifras e imágenes de la batalla, instala en nuestro cerebro. Necesitamos algo más fuerte que el miedo para seguir en pie. Para no sucumbir a la tentación de tirar la toalla o de entregarnos a un desordenado estado de tristeza ante la presencia del mal con forma de virus.
“Sólo hay algo más fuerte que el miedo – como dice el presidente Snow a Seneca en la película Los juegos del hambre – laesperanza”.
Mantener viva la esperanza es la manera de resistir sin sucumbir al miedo o la tristeza. La esperanza hace sufrible el sufrimiento que el día a día a veces nos impone. La esperanza en que todo este tiempo de crisis pasará. Necesitamos desterrar de nuestro vocabulario y a veces de nuestros oídos y ojos aquello que sabemos que mina nuestra esperanza. No se trata ya de aferrarnos al clásico “mientras hay vida hay esperanza” sino de darle la vuelta. “Mientras hay esperanza hay vida”.
Y al mismo tiempo necesitamos ser el eco de esa esperanza para quienes hoy no son capaces de encontrarla. La esperanza es la gran tarea que nos toca a todos y todas sea cual sea el lugar en que nos ha tocado luchar en esta batalla. Ya sea en el supermercado, en el camión, en el hospital o en la casa.
Esta esperanza es ya un signo de victoria en medio del caos.
LUCHAR UNIDOS
Uno de los lugares en los que podemos alimentar la esperanza es la relación.
Y si la relación se cultiva desde la empatía con los que tengo cerca o lejos, desde su aceptación aunque sean de ideas o credos distintos al mío y desde la autenticidad de todos y todas, sin pretender ser quien no somos. Entonces la relación se convierte en encuentro.
Un encuentro interpersonal en el que nos reconocemos humanos, vulnerables, compartiendo una historia, con momentos de dolor y momentos de una gran alegría.
Un encuentro repetido cada día desde los balcones en donde nos sentimos parte de una gran comunidad que afronta una misma crisis.
No nos podemos permitir, que las pequeñas luchas de nuestros egos rompan esa unidad que sostiene nuestra esperanza. Todo eso da alas al virus. Y le da la victoria. No podemos permitirnos que quienes tienen que liderar esta lucha fomenten la desunión buscando sus intereses.
Es la hora del “todos juntos”. Juntos aunque sea aislados. Juntos aunque sea duro. Juntos para llorar y para reír. Juntos para sostenernos mutuamente en una lucha larga en la cual TODOS y TODAS somos importantes y necesarios.
Cuando mantenemos nuestra unidad fundada en unas relaciones que nos recuerdan nuestra humanidad compartida y elegimos luchar unidos ya estamos venciendo al Coronavirus.
RENACER TRANSFORMADOS
Como en toda lucha hay heridos y hay víctimas. La cifra de las personas muertas aumenta cada día y vemos conmovidos las imágenes del dolor de sus seres queridos. Es tan fácil identificarnos con ellos. Somos tan vulnerables como ellos. Nos duele ese dolor. Todo esto puede alimentar la sensación de impotencia y anclarnos en el dolor. Y como en el duelo sentir que no hay salida.
Sin embargo, si ponemos la mirada más allá de las heridas y nos miramos personal y socialmente con un foco más amplio, podemos llegar a descubrir que somos mucho más que nuestras heridas. Somos mucho más que nuestro sufrimiento personal y social. Y empezamos a descubrir en los gestos de solidaridad que surgen espontáneamente de tantas personas anónimas el germen de una sociedad nueva.
Así este camino va provocando en cada uno de nosotros un proceso de transformación. Colocados ante el dolor y la impotencia, somos retados personal y socialmente a ir más allá de nosotros mismos. Y descubrir de lo que somos capaces cuando pensábamos que no había salida. Saca lo mejor de cada uno de nosotros y de nuestra sociedad. Nos pone a las puertas de un renacimiento personal y social. Reafirma algunos de los valores que nos sostienen y recoloca otros en el sitio que deben deocupar.
Cuando todo pase no seremos los mismos y nuestra sociedad no será la misma. Pero la tarea no habrá terminado ahí. Será la hora del sentido. El momento de encontrar el sentido a todo lo vivido. Al dolor, a las heridas, a los descubrimientos y aprendizajes hechos. Nos lo debemos a nosotros mismos y se lo debemos a los que más han sufrido. Así y sólo así renaceremos como sociedad. Y habremos vencido definitivamente este virus.
Nos habremos dado cuenta de que después de todo no se trataba de luchar sino de cuidar. No se trataba de guerras sino de cuidados. Cuidarnos. Cuidar a los otros. Cuidar nuestro mundo. Porque siempre podemos cuidar. Y ya no seremos una sociedad de guerras sino una sociedad que cuida.
Julio Gómez Cañedo Médico. Cuidados Paliativos Hospital San Juan de Dios Santurtzi