Hace unos días vi esta imagen en Twitter, en concreto retuiteada por un grupo de curas que se mueven bastante por las redes sociales. Otro sacerdote la había tuiteado con esta frase: «Dentro de cada sacerdote hay un superhéroe». Y he de decir que rápidamente, nada más ver la imagen y la frase, algo me sonó mal… No pude evitar responder con otro tuit: «Dentro de cada sacerdote hay un hombre frágil, al que Dios ama y en el que confía para ser su instrumento. Nada más…». Y es que yo no me siento un superhéroe, ni mucho menos. Ni lo soy, ni quiero serlo, ni creo que Dios me pida que lo sea…
Ese tipo de afirmaciones sobre la “heroicidad” del sacerdote no hacen sino alimentar una concepción del ministerio sacerdotal como un estado de vida “superior” al resto, como si fuéramos los salvadores de la gente o algo así. Y mira que san Pablo nos recuerda que«llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que su fuerza procede de Dios y no de nosotros» (2 Cor 4,7). Pero a veces no terminamos de creernos que somos barro que Dios ha elegido y en el que ha confiado para una misión, y este tipo de mentalidades creo que nos hacen un flaco favor a los curas y a la Iglesia. La vida de todo sacerdote —como la de otras vocaciones— es un servicio a la Iglesia, al mundo, y está llamada a ser signo de un Amor que va más allá de todos los amores. Los curas, conscientes de nuestra fragilidad, nos sentimos una y otra vez desbordados por un Amor del que nunca somos dignos merecedores ni depositarios. Y a los primeros que este Amor nos salva es a nosotros…
El mismo Papa Francisco, hace un mes, expresaba que los graffitis en los que se le había dibujado como un ‘superman’, le resultaban ofensivos. Porque el Papa —decía— «es una persona normal». Si nos creemos superhéroes, será porque no somos conscientes —como María— de la humildad de ser siervos, o porque confiamos más en la fuerza de nuestras acciones que en el Amor de quien las impulsa. Con estas expresiones de exaltación del sacerdote se puede confundir a la gente, haciéndoles creer que somos más de lo que somos, y —lo que es peor— provocando que sus expectativas sobre nosotros excedan los límites de nuestra vocación: ser pinceles, no pintores; ser cauces, no fuentes; ser un reflejo, no la Luz…
No nos pidáis que seamos superhéroes; pedidnos que seamos hombres de Dios. Es lo que Él espera de nosotros. Nada más… y nada menos.
Guzmán Pérez es salesiano y sacerdote Tomado de: Al tercer día