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O esto lo arreglamos entre todos, o no le veo solución.

La maldita y dramática crisis que estamos viviendo, nos está mostrando el rostro más duro y las lágrimas más amargas de nuestra sociedad. Cada vez son más los hombres, mujeres y niños que entre nosotros viven el drama de pasar hambre y la angustia de estar en la calle o amenazados por un inminente desahucio. Se les ha robado la posibilidad de vivir una vida feliz, arrebatándoseles el derecho de vivir con dignidad.

La falta de trabajo y la nula perspectiva de conseguirlo, la cronificación de la pobreza y el estado de depresión en el que se ven sumidos cada vez más ciudadanos, está poniendo al límite la paz social y las legítimas aspiraciones de libertad. Esto provoca en mí muchos interrogantes, y confieso que una angustia compartida, que hasta hace poco no me imaginaba podía afectarme tanto.

Esta crisis se está pagando muy caro, con lágrimas amargas y con un dolor de muerte. Somos testigos cotidianos de la agresión impune y de la manipulación del gobierno y sus aliados que se obstinan en negar la realidad y hacen promesas que ya nadie les cree, mientras los tentáculos de nuevos recortes con costes humanos, desespera a los que se mantienen en una precariedad límite.

Es necesario obrar hoy, tal vez mañana sea tarde. Si fallamos, seremos cómplices por el silencio, por el miedo a la denuncia o por no querer ensuciarnos con el agua sucia del sistema que elimina y criminaliza, no sólo a los que ha empobrecido, sino también a los que con libertad denuncian el drama de sus semejantes.

Siento que estamos pasando por el fuego, siento que sus llamas me han quemado, y no quisiera pasar impunemente por esta hora sin haber hecho todo lo posible para que tanto dolor sea evitado y para que renazca la esperanza y la vida según el proyecto humano y humanizador de nuestro Dios.

Hoy, me invade la impotencia ante tanta prepotencia: lo reconozco. Hoy me duele el alma constatar cómo el Imperio –llamado democracia- devora a sus víctimas, que con una fragilidad heroica, se han convertido en una fuerza que siento, nos puede hacer imparables, si juntos nos proponemos sumar y hacer algo, para destrozar la injusticia que oprime, amordaza y mata.
No pido grandes gestos: suplico pequeños gestos y compromiso. Nadie es tan pobre como para no poder dar aunque sea una sonrisa. Nadie es tan autosuficiente, como para no necesitar que le abran los ojos para ver que es más feliz el que comparte y el que da, ¡hasta que le duela!
Hoy, en esta tarde del día del Corpus, en esta fiesta en la que recordamos el encuentro entrañable de Jesús cuando marchó de este mundo; que haciéndose servidor y amigo, después de lavar los pies a sus amigos, les partió, repartió y compartió su pan, y les dijo que ellos hicieran lo mismo hasta el fin de los tiempos para recordarlo. Hoy, sus palabras cobran una fuerza impresionante: Tenemos que partir, compartir y repartir el pan que es de todos. Y como Jesús que dijo: Tomad y comed, esto es mi cuerpo; nosotros podemos “ser alimento” y “fuerza” para el camino de muchos. Podemos hacer lo mismo y permitir que el pan compartido se multiplique y llegue a todos los hogares con dignidad, abriendo caminos para la esperanza, y posibilitando una vida digna, en la que todos podamos construir y cuidar la casa común, el mundo, el planeta con el sudor de nuestra frente y con la alegría de la fraternidad, amando y respetando la vida de nuestros semejantes y de todas las criaturas, que son un guiño del Dios de la vida, que ama la vida, allá donde ella florece.

Os pido, os suplico, no cerréis las puertas de vuestros corazones para compartir y acoger. No te vayas a dormir sin hacer cada día un gesto hacia un hermano/a que sufre y en su dolor se ve privado de su dignidad.

 

Cuando digo que antes le pedía solo a Dios, es verdad, y sigue siendo Él mi gran aliado, pero sin duda es necesario pedirle a “todo dios” a todos vosotros y a la humanidad, porque nosotros podemos producir la multiplicación de los panes y los peces, nosotros podemos consolar, animar, acompañar, nosotros somos el rostro humano, cercano y entrañable del Dios de la vida, que nos es otro que el amor que se da, la vida que se comparte y la alegría que se siembra.