Hace unos días asistí como ponente a un foro sobre economía social y solidaria, que tenía por título “Riobamba, ciudad emergente”. Comencé mi intervención negando la mayor, como diría un tomista experto en silogismos: es decir, rechazando el título del foro, algo doloroso para un riobambeño de corazón. Pero a estas alturas es imposible vivir de ilusiones. ¿Ciudad emergente? Más bien habría que hablar de la necesidad de serlo, de lo lejos que estamos de una meta, hoy por hoy, bien difícil de alcanzar.
Una sociedad donde sólo el 22% de la población tiene un trabajo adecuado, siendo la mitad funcionarios públicos, no puede ser una ciudad ni una provincia emergente. Creo que no exagero si digo que en los últimos cinco años sólo una empresa grande se ha instalado en nuestro suelo. Así, adormilados en el recuerdo de las primicias, nos toca vivir entre el sueño y la nostalgia. Y sin embargo, la belleza de la ciudad, de su decadente patrimonio, de sus habitantes, del paisaje y del paisanaje, nos siguen haciendo pensar que algo hermoso podríamos hacer. Pero, ay, mientras sigamos dormidos, la nuestra será, mal que nos pese, una ciudad de paso.
Así que algo tengo que reivindicar, porque mientras Riobamba permanezca estrangulada por la vía que nos une con Ambato, el desarrollo estará absolutamente excluido. Se lo digo a las autoridades, a las locales y a las nacionales, a los empresarios y a los trabajadores, a los formales y a los informales, a los mestizos y a los indígenas, a los universitarios con billete de salida y a los tentados de abandono, a los curas y a la feligresía, a los soñadores y a los conformistas: si queremos que Riobamba emerja y tenga futuro, es preciso que desdoblen la carretera que nos une y nos aleja de Ambato, de Quito y del mundo.
¿Vendrá algunito a invertir? ¿Habrá algún quijote o poeta que castigue a su empresa, a sus operarios, clientes y proveedores con semejante penitencia, una hora y media de yapa para recorrer cuarenta y cinco kilómetros y jugarse la vida a diario?
Humildemente creo que falta voluntad política y ambición de ser más y sobra indiferencia social. Y es al revés. Hay que cuidar la voluntad, decir lo que se quiere, reclamar los derechos, unirse y gritar a los cuatro vientos que no queremos seguir viviendo estrangulados. Mi tía Tálida, que era una protestona de pro, solía decir que la falta de voluntad era sinónimo de muerte. Y ponía como ejemplo a los matrimonios sobrevivientes en medio de la indiferencia. Les decía: “Díganse, díganse algo hermoso con frecuencia, llámenles guapas a sus mujeres, aunque después tengan que ir a confesarse. Pero no dejen de luchar por lo que todavía aman”.
Se acercan las elecciones seccionales y volveremos a las palabras, a las promesas, a las mentiras,… a poner nuevamente cara de imprescindibles. Cuando lo único imprescindible es que no nos estrangulen.
Autor: Julio Parrilla, obispo de Riobamba y miembro de Adsis.
Fuente original: Diario El Comercio