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Más de uno se habrá extrañado de que “Spotlight” recibiera el Oscar de la Academia. No quito el oportunismo de la decisión, pero, más allá de ello, he querido ver y ubicarme, de forma crítica y reflexiva, ante una película que es para todos, católicos o no, un auténtico desafío.

Imposible permanecer indiferentes. La historia narra la investigación, realizada por el Boston Globe, sobre los abusos de sacerdotes a menores de edad.

La trama de la película avanza de forma lineal e implacable y hace del equipo investigativo un símbolo del mejor periodismo al servicio de la comunidad. Paso a paso, más allá del silencio oficial y de la complicidad ante el horror, van saliendo a la luz denuncias y pruebas que dejan en evidencia un mundo sórdido de abusos inconfesables, amparados por el silencio y la impunidad. Ciertamente, no era suficiente con cambiar de destino a los pederastas… Quien tiene rota la conciencia y arrastra semejante quiebra de forma recurrente en su comportamiento, lleva el problema allí donde va. Frente a la evidencia de los hechos, no puede haber el más mínimo espacio para la componenda, la ignorancia o el encubrimiento. Y esta es la fuerza de la película: la voluntad de llegar hasta el final.

Algunos pensarán que se trata de una película anticatólica. No lo creo, a pesar del dolor que me ha causado. Es cierto que no dice nada sobre los esfuerzos de la propia Iglesia por curar un cáncer que le ha hecho más daño que una docena de herejías juntas. Pero la película se centra, simple y llanamente, en la investigación. Y, al tiempo que nos indigna, nos hace pensar y suspirar por una limpieza radical de cualquier bajofondo eclesial.

Todos lo sabemos. Los niños son los más indefensos y, por lo tanto, las víctimas preferidas de abuso, incluso en las familias. Tristemente, el ámbito familiar es el mayor espacio de abusos y violencias. Los verdugos no solo llevan sotana y la pedofilia no se reduce necesariamente al voto de castidad o al celibato obligatorio… Ese reduccionismo sería profundamente injusto. Pero, con humildad, a la luz de todo lo que ha sucedido, es evidente que muchos en la Iglesia han estado más preocupados por la imagen de la institución que por el sufrimiento de las víctimas. Lo que más duele son los niños abusados y destrozados para siempre. Y, dicho esto, duele ver a representantes de Dios utilizando su liderazgo y autoridad para abusar del inocente.

Quizá este es el punto doliente de “Spotlight”: dar voz a la devastación interior que semejantes abusos crearon en las víctimas, cuando ya no había ni siquiera un Dios al que poder encomendarse. Precisamente por ello, es imposible guardar silencio o no dar la cara, aunque nos caigan algunas bofetadas . Toca pedir perdón, luchar con claridad contra semejante corrupción, acompañar a las víctimas y denunciar a los malvados.
Autor: Mons. Julio Parrilla
Fuente Original:  Diario EL COMERCIO