(Peio Sánchez, párroco de Santa Anna).- Hoy en Barcelona suenan campanadas por los muertos. Como en los pueblos de ayer las campanas tocan a dolor. Hay un silencio de conmoción que es la forma de la sintonía de todos con el dolor de unos pocos que se traspasa a cada uno. Hoy las campanas tocan a la oración, conscientes como tanta veces, que ésta tiene una fuerza oculta que dice de la presencia de Dios que nos acompaña.
Hemos situado 14 velas encendidas a los pies del cirio pascual que nos preside. Junto a las personas que murieron la luz del Cristo Resucitado, presencia sigilosa pero eficaz en la noche. Sus vidas inocentes rotas trágicamente por la violencia de un odio hecho violencia atroz e indiscriminada, niños, jóvenes, padres y madres. Junto a ellos también nuestra oración se traslada a los hospitales donde 53 heridos luchan, sostenidos por el personal sanitario, para vencer y recobrar la vida, con secuelas que les cambiarán la existencia y que les harán recordar aquel día que paseaban por las Ramblas.
Nuestra oración es cercanía especialmente con tantos que sufren espiritualmente, los familiares y amigos de las víctimas en primer lugar y también todos aquellos que vivieron directamente el impacto de una experiencia que quedará definitivamente grabada en su conciencia. Los capellanes de las comunidades lingüísticas que nos acompañan también han visitado y acompañado tanto sufrimiento.
Pero hoy también las campanas suenan a paz y reconciliación. El odio se extiende como espiral de violencia pero la bondad es más fuerte que el mal. La solidaridad cercana de tantos, las fuerzas de seguridad garantizando la protección, los médicos y personal sanitario procurando curar, los taxistas recogiendo los heridos y personas conmocionadas, los comerciantes acogiendo en sus establecimientos, algunos corriendo al lugar del atentado para ayudar en lo inmediato del horror, los hoteles cobijando a tantas personas, la gente bajando a las calles para recoger o confortar a los que no podían volver por los transportes interrumpidos. Junto a la barbarie brota la fuerza de la bondad.
Las noticias de la base blasfemamente religiosa de la motivación de los atentados nos escandaliza. Los que han imbuido en los jóvenes al ídolo de la violencia y el odio son los más responsables y su carga de culpa clama ante del Dios de la vida y de la paz. Pero los atentados indiscriminados, en que cualquiera de nosotros podría haber sido víctima, no nos hacen retroceder en la voluntad de paz. Los que seguimos el Evangelio de Jesucristo, nos unimos fraternalmente con todos los que hoy queremos construir la ciudad de la convivencia.
Las 34 nacionalidades entre las víctimas muestran el deseo de una sociedad cosmopolita donde las diferencias son motivo para el encuentro. Hoy como cristianos estamos al lado de los que desde la dignidad de cada persona construimos la ciudad de la libertad y la justicia.
Nuestra oración por la paz se extiende a todas las víctimas de la guerra y del abismo de la desigualdad. Nuestro dolor no es excluyente sino que desde el Dios de la paz nuestro dolor es abierto y comprometido con tantos dolores de los que somos a la vez víctimas y culpables de indiferencia.
Hoy las campanas de la fe, las campanas de las iglesias suenan a esperanza afligida y sufriente. Seguiremos adelante, ahora la gente sencilla ha vuelto a tomar las Ramblas como un desafío a los que inyectan el odio. Seguimos adelante. Dentro de un rato saldremos también con los jóvenes para cantar que no tenemos miedo porque nuestra confianza está sostenida en el Dios de la vida y en el Príncipe de la paz.
Nos acompañan un grupo de jóvenes musulmanes que se han querido unir a nuestra oración. El gesto espontáneo de abrazarnos en el momento de la paz nos recuerde que somos hermanos y que ningún ídolo de muerte puede ser imagen del único Dios del amor.
Dentro de un momento haremos el gesto de llevar los cirios encendidos que portamos al lugar del atentado, unidos al gesto sencillo y espontáneo de tantos. El odio no vencerá, no tenemos miedo. Junto con todos los ciudadanos nos unimos en este camino de seguir adelante. Hoy las campanas tocan a esperanza doliente pero resistente. Que su sonido, que viene de lo alto, nos convoque en arrebato de fraternidad.