Había recibido una llamada la noche anterior solicitándome bendecir una urbanización, cuya única referencia es que estaba junto a la empresa SAMO, más allá del asfalto y cerca de la pampa; estoy acostumbrado a estas imprecisiones que se van despejando al preguntar a la gente a medida que me acerco al lugar. Preferían al mediodía pero yo les dije que a las diez y media de la mañana. Con ese acuerdo nocturno salí a la mañana de casa, con retraso porque la camioneta estaba ocupada; llegué al supuesto punto de encuentro quince minutos tarde, pero en aquella plaza no había más que cuatro o cinco personas esperando, y varios trabajadores transformando un camión en palco y torres de sonido para la fiesta que tendría lugar después. ¿Cuándo?
Aproveché para dialogar con las personas que estaban, y enterarme de que el barrio, llamado Virgen del Carmen, con cinco años de antigüedad, celebraba algo grande, como era pasar de tener “agua pública” a “agua domiciliaria”, aderezadas con anécdotas de sus primeras duchas domésticas.