El año 1997 el movimiento de comunidades Adsis acogió a un joven navarro, Pedro J. Jimenez. Biólogo y actual párroco de Santa Marta de Valencia nos cuenta su vocación y vivencia misionera.
De adolescente recuerdo como en la parroquia del barrio tenía mucha relación con las misiones y con misioneros, con muchos testimonios que venían a contar. También por medio de la devoción a San Francisco Javier que profesaba mi familia.
Cuando acabé mis estudios de biología, antes de buscar un trabajo fio pensé tener una experiencia en Latinoamérica. Mi párroco tenía amigos misioneros en Venezuela e iba a verlos. En uno de esos viajes le acompañé. Entonces tenía 25 años y por dos años permanecí en la parroquia en Maracay con un cura navarro. Allí descubres la pobreza generalizada, la desigualdad social, la corrupción… El país es muy rico, pero encuentras una realidad de mucha miseria.
Los misioneros tenían muchas capillas, una por barrio y estaban siempre en movimiento, haciendo lo que podían, desbordados.
Recuerdo como cuando nacían nuevos barrios, nacía una parroquia y como, con la propia comunidad, los misioneros construían nuevas capillas. Por aquel entonces era todavía laico y mi labor ante aquel panorama de una gran parroquia era la de ayudar en lo que podía: despacho, catequesis o con los grupos juveniles de capillas. Mantengo relación con gente de aquel entonces, muchos de los cuales han tenido que marcharse de allí, con quienes comparto misas online (organizadas por la pastoral del migrante desde Quito). Algo que me impresionaba era su naturaleza. También la labor que desde hacia décadas venían haciendo una red muy fuerte de misioneros , entregados en barrios populares.
Entonces volví, trabajé en varias cosas y entré en la comunidad Adsis de Pamplona que trabajaba con gitanos. Luego marché a Roma para hacer mis estudios con la comunidad y en 2005 me ordené sacerdote en Portoviejo (Ecuador), donde permanecí con la comunidad Adsis unos años. Luego fui a la comunidad en Esmeraldas. Más pobre y apartada, más selvática, en la frontera con Colombia, cuyo obispo era el comboniano navarro Mons. Eugenio Arellano. Ahí estuve 2 años de párroco en una barriada. Hacíamos de todo. Las comunidades eran muy vivas pero muy sufridas, con pocos recursos económicos. Peleábamos por que los chicos estudiaran, porque a nadie le faltara de comer, por conseguir unas viviendas dignas o por el asfaltado de las calles… eran condiciones muy duras, con mucha inseguridad, mucho narcotráfico y grandes problemas sanitarios por la falta de medios. Nosotros seguimos haciendo parroquia y estando presentes.
Mis padres eran ya mayores y tuve que regresar para estar más cerca y porque también hay que hacer mucha labor aquí, también hay que cambiar las cosas. Allí atiendes a los que sufren los problemas, pero aquí hay que comprometerse para que no se generen esos problemas. Hay mucha misión aquí.
En la comunidad Adsis en Asturias, estuvimos en pastoral penitenciara y en un proyecto con toxicómanos. Luego me pidieron venir a Valencia. Aquí llevamos un proyecto de segunda oportunidad, para adolescentes con fracaso escolar, y jóvenes en la droga. También acudimos a la penitenciaría y atendiendo la parroquia de Santa Marta y la Ermita del Fiscal.
Aquí es importante la sensibilización en todos los sentidos. Ahora, desde las Encíclicas Laudato Si y la Fratelli Tutti, todo el tema de la ecología integral me importa mucho e intento hacer y desarrollar muchas cosas. Hay mucho por hacer también dentro de la iglesia.
La realidad es que los pobres también han venido y hay aquí. No hace falta irte para ayudar. Hemos tardado en acoger e integrar en nuestras parroquias por ejemplo a los africanos. Hay que hacer misión aquí, integrándonos en las parroquias. El compromiso por llevar el Evangelio es general. Tanta falta hace aquí como en otros países. Yo como navarro, el ejemplo de tantos misioneros ha sido muy fecundo y hay que estar agradecidos a los misioneros que han dado la vida sin nosotros enterarnos.
El evangelio se entiende mejor dentro de los pobres, desde que vas la primera vez, ellos lo viven en primera persona, con una religiosidad sencilla pero profunda y valiosa y tú que vas como europeo lo aprendes. Es una experiencia espiritual impresionante.