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Entrevistamos a Luis Aranguren, doctor en Filosofía y licenciado en teología,con motivo de la publicación de su libro: Fraternidades en la intemperie. Vinculos que cuidan.

¿Cómo pueden las fraternidades cristianas adaptarse a los desafíos de la modernidad?

Más que adaptarse a la modernidad creo que las fraternidades cristianas ofrecen una nueva manera de encarar la modernidad, lejos de la velocidad inhumana, el individualismo feroz y de la ceguera moral que nuestro tiempo impone. Probablemente la fraternidad cristiana busca sacarle todo el jugo posible a las bondades del encuentro interpersonal. Sabemos que en las relaciones nos lo jugamos casi todo. Y la fraternidad nos coloca cara a cara con el otro en las buenas y en las malas. En un mundo polarizado donde se descarta a la primera lo que no gusta, la fraternidad nos recuerda aquellos versos de León Felipe que me han acompañado toda mi vida: “Voy con las riendas tensas/ y refrenando el vuelo/porque no es lo que importa llegar solo ni pronto / sino con todos y a tiempo”.

La fraternidad nos impone un ritmo acompasado, sin prisas, donde nadie debe quedar atrás ni fuera. Se me ocurre que la fraternidad cristiana se asemeja a la imagen del poliedro de la que habla con frecuencia el papa Francisco: es la cristalización de la diversidad donde cabemos todos.

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¿Qué significa vivir la fraternidad en la intemperie hoy?

Pues lo primero tomar conciencia de que esa intemperie es condición humana hecha de vida vulnerable, donde nos la jugamos en cada decisión, y la intemperie también la tomo como forma de estar en el mundo sin poder, sin influencia. Existe una tercera acepción de intemperie que es la de estar al lado de los esquinados y expulsados del sistema.

El sentido de implantar comunidades en las periferias de las ciudades es vivir la experiencia de la fraternidad cristiana no solo en medio de los pobres, sino con los pobres, siendo vecinos, próximos, amigos, participando de las mismas luchas y anhelos. Por eso insisto en el libro en intensificar el trabajo en común con movimientos sociales y colectivos que están al lado de cuidado de la vida y de la lucha por la justicia.

La fraternidad en la intemperie no es una chincheta en un mapa sino un estilo de vida compartido en un lugar determinado. Y como estilo de vida está llamada a ser fraternidad abierta, nunca muralla ni gueto. Pablo VI acertó al identificar a la Iglesia como palabra que se hace coloquio. En la fraternidad abrimos constantemente conversaciones,  reflexiones y encuentros desde el respeto mutuo y con la mirada compartida hacia el Evangelio de Jesús. Este es uno de los aspectos que aseguran cuidar lo que amamos y amar lo que cuidamos.

¿Puedes decir algo más sobre esa fraternidad que cuida?

Más allá de la moda del cuidado que vivimos, sobre todo tras la pandemia, hay que rescatar la esencia de cuidado, que a mi modo de ver tiene que ver con la creación de vínculos sólidos y amorosos con uno mismo, con los demás y con la tierra. Por eso más que vivir como hermanos la fraternidad cristiana nos examina acerca de cómo nos tratamos unos a otros. ¿Nos tratamos como hermanos?

El problema de Caín es que no se sentía responsable de su hermano, se encontraba des-vinculado y por eso lo eliminó. Fraternidad y negación del otro se excluyen mutuamente. El buen trato pasa por el respeto mutuo, el cuidado de la palabra, la benevolencia como querer bien y querer lo mejor para el otro y, especialmente, creo que en una fraternidad ha de habitar el perdón. Pedir perdón y perdonar ha de ser un dinamismo que desvela no tanto los muchos errores y daños cometidos sino la mucha misericordia y compasión que somos capaces de generar.

La capacidad de pedir perdón y de perdonar habla, en definitiva, de la capacidad de sanación de una fraternidad que no se encasquilla en el conflicto, ni se retuerce en el pasado ni se amodorra en la rutina. El perdón no cambia el pasado, pero renueva el futuro de una fraternidad que, de ese modo, estará en sintonía con lo mejor y más fresco del Evangelio de Jesús.

Etiquetas: Fraternidad