La Generalitat calcula que 5.500 personas duermen al raso en Catalunya, y la mitad de ellos están fuera de Barcelona
Los albergues municipales y los equipamientos extra por la operación frío que abrieron el 1 de diciembre no cubren la necesidad de más de mil personas que duermen en el raso en la ciudad de Barcelona. El precio del alquiler y el frágil mercado de trabajo están alargando las estancias, mientras que las necesidades no cesan. El consistorio admite listas de espera de meses en los albergues, y pide la colaboración de los ayuntamientos metropolitanos y de la Generalitat, pero también del Estado.
“No hay más plazas para hoy, lo siento”, fue el desolador mensaje que oyeron el pasado miércoles, empapados por la lluvia, unas 20 personas que pedían una cama en el recurso municipal habilitado por la operación frío de 75 plazas. Eran las nueve y media de la noche, y llevaban casi dos horas esperando. “¿Me queréis matar o qué?”, gritaba un hombre lleno de rabia mientras se agarraba a las rejas fuera de la puerta. Pascal, un joven subsahariano que también se quedó sin recurso tuvo que pasar la noche entre cartones en un párquing. “No lo soporto más, con la lluvia y la ropa mojada es imposible descansar”, explica al día siguiente. Dice que lleva más de un año en la calle, y que como no tiene papeles no encuentra quién le pueda contratar.
Juan, un hombre de mediana edad y vecino de Barcelona, sí pudo entrar esa noche. “La noche anterior me quedé fuera, pero estoy apuntado en la lista”, susurra esperanzado en la cola de acceso. Conductor de camiones en el paro, lleva 10 días en la calle, desde cuando se le acabaron los ahorros. “La vida te puede cambiar de un día para otro, no lo olvides”, señala. Asiente Javier, técnico de mantenimiento de una residencia, que la semana anterior fue despedido, y desahuciado.
Colapso por el mercado de la vivienda y trabajo
Como ellos, 1.200 personas viven al raso en la ciudad de Barcelona. Y 2.200 más en albergues municipales o de entidades sociales, mil más que hace 10 años. El responsable de la estrategia del sinhogarismo de la ciudad, Albert Sales, confirma el colapso de la red de atención. El problema, admite, es que las personas no pueden dejar los albergues. “Los que encuentran trabajos están mal pagados, no se pueden pagar ni una habitación, y las ayudas sociales que podemos tramitarles, como la pensión no contributiva o la renta garantizada, raramente superan los 500 euros. Así es imposible”, explica Sales. Como mínimo, la espera de un albergue es de un mes para los casos más vulnerables. Para evitar las colas en las puertas de los albergues, los técnicos de los equipamientos entrevistan a todas las personas que piden una plaza. “En función de la vulnerabilidad y de las plazas que haya llamamos antes a uno o a otro”, asegura.
“Abriendo 75 plazas para la operación frío no arreglamos nada, todo son parches”, señala Roger Fe, educador y jefe de proyectos de la fundación Assís, que gestiona un centro de día de personas sin hogar y un piso. Año tras año, la operación frío viene acompañada de cierta polémica. Porque si bien en diciembre se habilitan 75 plazas extras, hay 325 camas más que solo se usan en caso de bajar de los 5 grados. Son varias las entidades que no entienden este despropósito. Sales zanja la polémica explicando que estas plazas básicamente son polideportivos y que solo se pueden activar si lo ordena protección civil o los cuerpos de seguridad. “Son recursos para que las personas no mueran en la calle”, dice.
“Uno por otro y la casa sin barrer”, critica el rector de la parroquia de Santa Anna, Peio Sánchez, que durante el día da cobijo y alimentos a más de 270 personas. La mitad, 150, son jóvenes magrebís de los cuales muchos son extutelados, un perfil que no hace más que crecer. Califica de “ridícula”, “patética” e “incoherente” la respuesta de las administraciones, que llega “tarde, mal y con escasez de recursos”.
Refugiados y pueblos que no empadronan
Haga frío, calor o llueva el goteo de personas que llaman a la puerta del centro de día de Assís es constante, dice Fe. Especialmente de personas que deberían poder entrar en el plan de acogida de refugiados, responsabilidad del Estado. “Se pueden llegar a esperar seis meses para las citas, y hasta entonces están en la calle”, señala Fe. También decenas de personas llegan a Barcelona por ser de los pocos municipios que empadronan a las personas sin hogar. “Simplemente por acceder a la tarjeta sanitaria, o poder conseguir los papeles”, expone el educador. Y es que mientras Barcelona dispone de 2.200 plazas para atender personas sin hogar, en el resto de Catalunya no llegan a las 80, según expone Sales. “Necesitamos implicación del resto de ciudades metropolitanas, y de la Generalitat”, recuerda Sales, que dice “no saber nada” de la estrategia catalana para abordar el fenómeno que pilotaba la Conselleria d’Afers Socials.
11.000 personas sin hogar en Catalunya
El secretario de protección social de la Generalitat, Francesc Iglesies, responde a la polémica exponiendo que hace tres años que aportan tres millones de euros para 52 proyectos de entidades en ciudades como Terrassa, Sabadell, Lleida, Tarragona, Girona o Tortosa, donde se contabilizan personas en el raso. Pero admite que el esfuerzo es insuficiente, con creces. El Govern calcula que en Catalunya hay 5.500 personas durmiendo al raso, y la mitad de ellas están fuera de la capital. Y además, 5.500 más están en situación de “sin techo”: es decir, hacinadas en habitaciones o espacios no habilitados. "Si tenemos presupuestos aumentaremos la partida y trataremos de coordinarnos con la red de Salut, pero, sobre todo, liberar pisos de Habitatge –que depende de Territori-", promete.
La fundació Arrels pide que se habiliten camas para todas las personas sin hogar, sin más. El director de la entidad, Ferran Busquets, comparte la tesis municipal de las dificultades del mercado de la vivienda y el precio del alquiler. Y también la necesidad de que Generalitat y el Área Metropolitana de Barcelona multipliquen esfuerzos. “Pero mientras no lo resolvamos ¿qué hacemos? La situación es de extrema emergencia, estas personas no pueden esperar más en estas condiciones”, clama.
Cartones (y sueños) mojados
Fuma un cigarrillo a las puertas del albergue de Nou Barris. A las seis, aún es pronto para pasar la noche. Pero no se aleja mucho de la puerta. “Tardé seis meses para entrar”, recuerda Valentina. Una mujer que, a la hora de explicar su experiencia viviendo en la calle, deja que sus ojos humedecidos hablen por sus silencios. Señala la veintena de personas que aguardan en el porche de la calle Marie Curie, resguardándose de la intensa lluvia. “Todos están esperando para entrar, no hay plazas”, dice tajante.
A lo lejos, un grupo de jóvenes magrebís espera que pasen las horas para recoger el material que les guarda el albergue. Suelen ser bolsas con sus “cuatro cosas”. Las recogen a las ocho de la noche, y se disponen a dormir. “Aquí, en la puta calle”, dice Samir. Tiene 25 años y nació en Marruecos. Hace apenas un año se embarcó a una patera, para buscar aquel futuro prometido en Europa. “De Almería a Valencia, después Manresa y ahora Barcelona”. En total, 8 meses viviendo en la calle o en casas okupas. Mismo recorrido que Amine, Bilal y Nadir, otros compañeros argelinos de los que no se separa. Y mismas consecuencias: ninguno tiene papeles, y por lo tanto, ni acceso a rentas sociale,s ni tan siquiera un contrato de trabajo.
El padre político del grupo es Driss, un hombre de 51 años al que le falta la mayoría de la dentadura. Llegó a España hace casi 20 años. Ha trabajado en el campo, pintando… “lo que sea”. Pero el empleo se acabó, también los ahorros, y el precio del alquiler de su piso en el barrio de Artigues, en Sant Adrià del Besòs, pasó de 400 a 800 euros al mes. Lleva varios meses en la calle. Duerme en un porche que hay en las oficinas de Barcelona Activa del distrito. Pero al llegar a un rincón, su cara se desencaja: todas sus pertenencias se han mojado. Incluso el cartón con el que se tapa. “Vamos a ver si encontramos alguno seco, hoy es la noche de los cartones mojados”, responde Samir, con una sonrisa abrazándole por el hombro.
El grupo bromea, charla, y pasa el rato. Los jóvenes incluso sonríen y aplauden cuando enseñan los vídeos montados en unas pateras y lanchas donde podrían haber muerto. Pero ante ciertas preguntas los ojos se vuelven vidriosos, y el silencio se apodera de ellos. ¿Os esperabais esto en Barcelona? ¿Vuestras familias saben que estáis en la calle? ¿No queréis volver a casa? Las respuestas son demasiado obvias. Solo se oye la lluvia, de fondo. Y unas miradas difíciles de olvidar.
Ellos llevan varios meses, el que más cuatro, en la lista de espera por el albergue de Nou Barris. “Yo llevo todo el día sin comer, y con la ropa mojada, no sé cómo voy a dormir”. Otro, sin tapujos, responde: “Yo robo para comer”. Al rato llega otro joven, que reconoce haberse colado en el metro para ir a cenar a la parroquia de Santa Anna, en el centro. De allí varios han conseguido abrigos para pasar el frío. Pero lo peor, reconocen, es la lluvia. “¿Tú sabes lo que es tener que dormir con la ropa mojada?" Samir recibe una llamada, le han admitido en unas clases gratuitas para aprender castellano. "Algo es algo".
Fuente: elperiodico.com