Comprometerse en la política hoy en día en nuestro país es muy difícil porque la política es considerada una actividad de corruptos, oportunistas y personas preocupadas solo por sus propios intereses; ni siquiera por los de sus partidos, ya que el sistema de elección (voto preferencial) los ha debilitado.
Pero también la sociedad ha cambiado, y ya no es tan fácil representar a una sociedad mucho más compleja. Por otra parte, la presencia de los medios de comunicación en muchos casos sustituye la acción política, y los debates que antes eran animados por los dirigentes políticos ahora son conducidos desde la radio o la televisión. Por todo eso la gente siente una gran lejanía de la política y de los políticos, e incluso los considera prescindibles.
Sin embargo, los laicos y laicas cristianos sabemos que ésta no es una razón para abandonar el compromiso político. Así nos lo dice la doctrina de la Iglesia: “…los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la ‘política’; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (Exhortación del Papa Juan Pablo II: Los fieles laicos, 1988).
Y nos lo repite la Conferencia de los obispos de América Latina en Aparecida: “Su misión propia y específica (de los laicos) se realiza en el mundo, de tal modo que con su testimonio y su actividad contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio… Además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan mostrando autenticidad y coherencia en su conducta.” (Aparecida 210).
Esa participación en la política puede darse de diversas maneras, según las vocaciones personales, ya que la política se entiende en dos niveles: en un sentido amplio y en otro más concreto.
En sentido amplio de trabajo por la justicia, la política puede ejercerse desde muy diversos ámbitos, sean éstos profesionales o culturales, e incluso la Iglesia está llamada a este tipo de participación política, porque la evangelización no puede separarse de la promoción humana o liberación. Ya lo dijo Pablo VI en su Encíclica Evangelii Nuntiandi, 30 y 31, y lo repite Aparecida: “Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana” (A 146). La Iglesia no puede encerrarse en la sacristía. La opción preferencial por los pobres es un criterio central en este compromiso por el bien común. Es desde ellos que como cristianos miramos la realidad, ya que ellos son los preferidos de Dios y los que sufren todo tipo de carencias ante las que no podemos cerrar nuestro corazón, como repite el Papa Francisco.
Todos somos responsables de construir una sociedad justa, cambiando la realidad existente, las estructuras injustas que generan tanto sufrimiento, y no sólo (pero también) socorriendo a los pobres en sus necesidades urgentes: “Ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en Él, tengan vida, nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano. El amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia, requiere que socorramos las necesidades urgentes, al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos o instituciones para organizar estructuras más justas en los órdenes nacionales e internacionales” (A 398).
En sentido estricto, la política es participar en partidos políticos que buscan llegar al poder democráticamente para transformar la sociedad. Es muy importante que haya laicos y laicas que asuman esta responsabilidad específicamente política. Como lo dijo el Papa Benedicto XVI en su discurso inaugural en Aparecida y lo recoge el documento final: “Queremos llamar al sentido de responsabilidad de los laicos para que estén presentes en la vida pública, y más en concreto “en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias” [DI 4].
Aunque el impulso de cambio social viene de muchos ámbitos de la sociedad, y no es monopolio de los políticos, éstos sí tienen una tarea de representar posiciones políticas, de buscar consensos y de ejercer la tarea de gobierno al servicio del bien común, es decir, de la justicia. Sin una articulación política los esfuerzos múltiples y creativos desde la sociedad civil permanecen dispersos y no logran incidir suficientemente en las decisiones sobre el rumbo del país.
Es desde el gobierno que todos esos esfuerzos pueden tener una eficacia mayor en la mejora de la vida de la población. El buen gobierno, el buen uso del poder, es el primer desafío para las y los políticos, y supone preparación, recoger las aspiraciones de la sociedad, tener capacidad de proponer soluciones y de llegar a consensos que hagan posible ponerlas en práctica.
El otro gran desafío es superar la corrupción, y aquí hay un campo que exige el testimonio de los cristianos, sin que por ello nos creamos los dueños de la ética, pues no es así. Como dice Aparecida; “Pensemos cuán necesaria es la integridad moral en los políticos. Muchos de los países latinoamericanos y caribeños, pero también en otros continentes, viven en la miseria por problemas endémicos de corrupción. Cuánta disciplina de integridad moral necesitamos, entendiendo por ella, en el sentido cristiano, el autodominio para hacer el bien, para ser servidor de la verdad y del desarrollo de nuestras tareas sin dejarnos corromper por favores, intereses y ventajas. Se necesita mucha fuerza y mucha perseverancia para conservar la honestidad que debe surgir de una nueva educación que rompa el círculo vicioso de la corrupción imperante”. (Aparecida 507).
Son estos desafíos los que me llevan a participar en un colectivo político que tiene a su cargo en este momento el gobierno de la Municipalidad Metropolitana de Lima, donde se trata de ponerlos en práctica.
Cecilia Tovar: Responsable del equipo: Iglesia y Sociedad del Instituto Bartolomé de las Casas