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ECLESALIA, 07/01/15.- Hace algunos días almorcé con un amigo muy querido con quien no conversaba hacía tiempo y me llamó la atención que, luego de comentarme el montón de cosas lindas que estaban ocurriendo en su vida, me compartiera que en el fondo sentía una angustia que no terminaba de comprender. Más aún, había sido otra amiga quien, compartiéndole sus sentires, le había hecho tomar contacto con esto, que estaba callado al fondo de su ser.

Estos amigos tienen algo en común y es que si uno los viera de afuera nunca pensaría que sienten algún tipo de angustia: son jóvenes, están felizmente casados, tienen hijos pequeños, amigos, trabajo y no pasan necesidades económicas. ¿Qué es esa angustia? Si es la misma que yo siento a veces, creo que no es infelicidad sino la alarma que suena de vez en cuando recordándonos nuestro profundo sentido de trascendencia.

Es una alarma particular, porque respeta nuestra libertad y generalmente se activa sin estridencias, pero persiste con paciente constancia hasta que entendemos su mensaje, uno distinto para cada uno. El mensaje puede ser que nos animemos a desplegar un talento que tenemos guardado, o cambiar de trabajo, que perdonemos a alguien que nos hizo daño y que comencemos ese proyecto que tenemos en la cabeza hace tiempo. A veces tiene que ver con la decisión de soltar algo o alguien, otras con animarnos a abrirnos nuevamente al amor y la mayoría no tiene que ver con cambiar el escenario sino con empezar a interpretar mejor la obra: sonreír más, escuchar mejor, ser más generosos con nuestro tiempo… Para cada uno es diferente, pero responder a ese llamado siempre nos acerca a la plenitud.

Pensaba en como nuestra vida, mi vida concretamente, muchas veces está diseñada para estar desconectada de esto, tanto así que la alarma de la angustia pueda sonar incansablemente en silencio sin que me entere o, lo que es peor, enterándome a medias pero sin tener idea cómo apagarla! Y estando en esto me vino a la mente el ciego de Jericó:

“ estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; (…) .Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! (…) le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Él dijo: ¡Señor, que vea! Jesús le dijo: Ve. Tu fe te ha salvado.”

No puedo dejar de preguntarme ¿Hace cuanto tiempo estamos ciegos, viviendo de limosnas, con la alarma sonando y sin notar a Jesús que viene por el camino? Escuchamos sus pasos, sentimos su voz, pero dudamos… ¿será El realmente? Por las dudas evitamos el escándalo de llamarlo a los gritos y optamos por continuar nuestra vida en silencio. En el ciego en cambio, es fascinante ver su urgencia por vivir plenamente! El no puede verlo, pero percibe que es El y con fuerza se hace escuchar.

Seguro hubiese sido más fácil quedarse al lado del camino maldiciendo la ceguera que le impide acercarse a su objetivo, como lo es tantas veces para nosotros pensar que sería un escándalo hacer caso a nuestros llamados interiores. Pero el ciego sabe que quiere ver y tiene el aparente descaro de creer que merece la oportunidad. Admiro su lucidez de pronunciarse y elevar la voz cuando percibe su oportunidad al frente aunque otros traten de silenciarlo para evitar el escándalo. Me pregunto cuantas cosas me he estado perdiendo por no hacer el ridículo de entusiasmarme de más, por pedir por lo bajo cumpliendo con la consciencia pero sin lograr que nadie escuche de verdad.

Si lo que estamos esperando es que Jesús literalmente pase por nuestra vida y no lo estamos viendo, será mejor que nos cambiemos los anteojos. Porque la forma que eligió El de aparecerse es encarnado en un amigo con el que tomamos una copa, un pensamiento que tenemos de camino al trabajo, un proyecto al que tiende nuestra alma, lo que nos genera la realidad de nuestro país o el dolor de espalda que nos mata en la noche queriéndonos decir algo… Mientras como ciegos esperamos que se haga la luz, Jesús pasa a nuestro lado disfrazado de un sinfín de posibilidades. El escándalo entonces no es pronunciarnos con vehemencia, el escándalo es quedarnos parados tranquilos, con la alarma sonando y viviendo de limosnas frente a tanta posibilidad disfrazada. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

 
Fuente: Revista Eclesalia. Carolina Abarca