A un año de su muerte
Madrid, abril 2017
Por Fermín Marrodán
Queridos hermanos y hermanas:
El pasado 11 de abril, fallecía en nuestra casa de Peñagrande (Madrid) José Luis Pérez Álvarez, después de dos años de lucha con una enfermedad, que en las últimas semanas se ha agudizado. Con José Luis se nos ha ido el hermano iniciador, inspirador y alma del Movimiento Adsis. Reconocemos en él una figura clave en el nacimiento y desarrollo de Adsis, decisiva en la evolución que hemos tenido.
El 30 de agosto de 1964 iniciaba con el primer grupo de jóvenes la andadura Adsis, siendo sacerdote salesiano. Después de unos años, dejaba los salesianos y se incorporaba al clero secular de Bilbao, siendo fiel de esa manera a su apuesta por seguir fundando Adsis. Tenía ese arte, esa sabiduría evangélica, esa gracia del Espíritu, la de llegar al corazón.
Todavía impactados por su partida, recogemos en esta semblanza gran parte de mi homilía, como Moderador General, en su funeral.
De José Luis podríamos decir muchas cosas, pues ha sido una vida dedicada por completo al anuncio apasionado y lúcido del Evangelio, especialmente entre jóvenes y personas empobrecidas.
Un hombre de Iglesia, buscador permanente de comunión eclesial y al mismo tiempo crítico con toda estructura injusta y contraria al Evangelio. Un hombre libre, fiel a Jesús y a su causa, defensor de los últimos, especialmente entre los jóvenes, a quienes transmitió el amor de Jesús de manera muy apasionada. Siendo joven sacerdote recién ordenado, empezó su misión en las calles de Salamanca, dialogando con numerosos jóvenes, hablándoles con mucho cariño del amor de Jesús y de su pasión por ellos. En aquel entonces, con los salesianos, su primera familia religiosa, donde se formó y fue descubriendo la llamada de Dios. Más adelante, en ese volcarse a los jóvenes, Dios le regaló otros jóvenes que quisieron comprometerse con él, iniciando el Movimiento Adsis. Más tarde, esos jóvenes comprometidos serían sus hermanos de comunidad, con quienes compartió su vida hasta el final.
José Luis tenía un lema que transmitió permanentemente a todos, un deseo, una pasión: “Conocer, amar y manifestar a Jesús”. En ello se concentraba gran parte de su tarea pastoral, en ayudar a muchos a vivir esa experiencia de encuentro y de amor con Jesús. José Luis no se iba por las ramas, siempre iba a lo importante, no perdía el tiempo y aprovechaba cualquier ocasión para acercar a Jesús al corazón que busca y anhela vida nueva. Tenía ese arte, esa sabiduría evangélica, esa gracia del Espíritu, la de llegar al corazón de los jóvenes y hacerles sentir la presencia de Jesús. Con palabras profundas, pero sobre todo con el mismo Evangelio recreado, lleno de fuerza seductora y de gestos de amor.
Los últimos días, ya muy enfermo, cuando venían a visitarle distintas personas y se fatigaba mucho, alguien le dijo: ha venido un joven y quiere verte. A lo cual José Luis dijo enseguida: “si es un joven, lo que haga falta”… Una anécdota que habla de su amor a los jóvenes y del deseo de atenderles siempre, amándoles al estilo de Jesús. José Luis nos ha dejado un legado precioso con el ejemplo de su vida; pero sobre todo nos ha transmitido lo más grandioso, a Jesucristo Paciente, joven y pobre, viviente en los oprimidos, y a Jesucristo Resucitado, viviente en las personas comprometidas.
A José Luis, Dios le regaló una mente brillante, lúcida, clarividente, que desde el amor apasionado a Jesús, le ayudó a ir por delante en el terreno de la pastoral, a abrir caminos nuevos y realizar apuestas audaces en la Iglesia. Pero, sobre todo, José Luis fue descubriendo que Dios le regaló lo más importante para hacer pastoral y para anunciar a Jesús, una comunidad de hermanos, una fraternidad abierta y samaritana, que desde la pluralidad y la sencillez fuera signo del Reino. Fruto de ese descubrimiento fue su libro titulado “Dios me dio hermanos”. Ahora, al final de su vida, todos nosotros sus hermanos de comunidad, podemos decir que Dios nos dio un gran hermano: José Luis.
En esta última etapa de su vida le ha tocado luchar con la enfermedad, y ahí nos ha mostrado la grandeza de su corazón fraterno, dejándose cuidar y acompañar en su debilidad, diciéndonos que “en el momento de la prueba es cuando más se vive el amor”. En esa prueba y necesidad personal repetía mucho: “lo que digáis, lo que digáis”…
Han sido muy elocuentes sus frases y expresiones en los últimos meses, cuando se iba despojando de todo y decía: “ahora sólo me quedan los hermanos”… Y cuando ante cualquier atención hacia él, respondía siempre: “gracias, gracias”. Es la palabra que más ha pronunciado en este tiempo… En esta última fase de su vida, cuando las fuerzas le iban faltando, nos ha ayudado a crecer en fraternidad, en ternura y cariño. Hemos sido testigos de un cuidado y una delicadeza exquisita por parte de los hermanos de comunidad. Expresión del inmenso agradecimiento a Dios por su vida.
Por eso, hoy y cada día damos gracias a Dios por el gran regalo de este hermano del alma, por su amor paternal, entregando su vida al nacimiento, crecimiento y consolidación de Adsis. Gracias por su amor fiel, dejando a un lado seguridades y carrera personal, para dedicarse por entero a construir fraternidades, presentes entre los jóvenes y los pobres.
A partir de ahora iniciamos una etapa nueva en Adsis. Se nos ha ido el iniciador, el inspirador en tantos momentos. ¿Qué nos deja José Luis? Podríamos decir muchas cosas, pero lo más importante es que hemos recibido una gran bendición con su vida, y que su testimonio seguirá siendo un estímulo permanente a vivir presentes, a ser presencia de Dios gratuita, audaz y generosa.
Después de haber derrochado el perfume de su vida entregada a los demás, él nos diría, como lo hizo Jesús a los discípulos en Betania: “A los pobres los tendréis siempre entre vosotros... No os quedáis huérfanos, porque quien mueve y funda Adsis permanentemente es el Espíritu que está en ellos… Vivid a fondo el carisma, porque Dios seguirá haciendo nuevas todas las cosas.”
Los últimos meses de José Luis han sido de gran paz y confianza en Dios, como quien ha hecho lo que tenía que hacer y sólo desea encontrarse con el Señor. Por eso hacía propias las palabras del salmo: “me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu lado” (Sal 15).
Pidamos por José Luis, poniendo como intercesora a María, Nuestra Señora de Eskolunbe, para que desde la alegría plena junto al Padre y junto a los hermanos de “la Comunidad definitiva”, nos anime a seguir recreando “aquí y ahora” el carisma Adsis; y desde él a seguir construyendo una Iglesia sencilla, fraterna y servidora de los pobres y los jóvenes.
La persona de José Luis es muy importante y significativa para nosotros y para muchos. Por ello, continuaremos haciendo memoria de su vida, escritos y reflexiones, para que siga siendo referencia viva de nuestro caminar.
Agradecidos a Dios por el regalo que nos ha hecho en José Luis, que su Espíritu nos una más profundamente en la comunión y misión Adsis.