El papa Francisco de continuo nos está invitando a todos, pero especialmente a los creyentes, a tener una vida cada vez más comprometida con los pobres. En su próxima visita al Perú, no será una excepción su insistencia. Para preparar su visita podríamos en este tiempo conjugar algunos verbos que vayan afinando nuestra sintonía con él y nuestra relación, afectiva y efectiva, con los más vulnerables de nuestra sociedad:
Estar: cada uno de nosotros sabe cuándo alguien está presente en nuestra vida y cuándo está ausente. Es quizás lo más importante a cultivar en este tiempo y lo que siempre estará a nuestro alcance: estar. En primer lugar no se nos exige resolver, clarificar, aclarar,… sino estar. Estar y dejarnos afectar. Solo cuando la realidad nos afecta, quedamos involucrado en la propia realidad y en la de los pobres.
Creer en las posibilidades del otro, creer en la presencia de Dios en él y en mí. La Presencia fundamental es la de Dios Padre… Creer que cada uno puede ser protagonista de su propia vida y con los medios adecuados puede desarrollarla como les conviene. No es tanto decir lo que el otro tiene que hacer, sino más bien señalar, posibilitar dialogar… para que cada uno pueda decidir su vida y su futuro lo mejor posible. Y eso en total gratuidad…Cada uno tenemos nuestra historia, nuestro alcance, nuestra coyuntura y circunstancias que condicionan también nuestra actuación y decisión. Cada uno ha de hacer su propio itinerario. Y amar al otro es aceptar y acoger su realidad tal cual es.
Escuchar, acoger, aceptar el misterio de cada uno. Cada uno de nosotros somos un misterio. Y el misterio no es para poseerlo, controlarlo, explicarlo,… sino para acogerlo, escucharlo, aceptarlo. El otro es también Palabra Viva de Dios para mí. En algunos momentos será un clamor y una petición que me hace; en otros un ejemplo de cómo vivir; en circunstancias será una invitación a buscar juntos; en otras ocasiones una denuncia a mi propia vida o una pregunta… Pero en cualquier caso, Dios me habla a través del hermano, de las nuevas generaciones, de los pobres.
Compartir con el otro la propia vida. Mi hacer, sentir, pensar, padecer, valorar,…amar. En la certeza que si tengo, tengo que dar ya sea plata, influencia, capacidad, afectos, cercanía, saber, riesgos… Y ofrecerlo en gratuidad como quien lo pone a disposición sin imponer, sin pretender prevalecer. Somos personas dadas, dadas por Dios los unos para los otros y en esa donación nos encontramos con nosotros mismos. Y en esa donación, siempre recibimos más de lo que damos.
Es en esta relación donde surge como consecuencia natural el deseo por la justicia, el deseo de dignidad. El deseo de que todos/as tengamos siempre lo necesario para vivir con dignidad y poder compartir. De ahí la necesidad de denunciar, de luchar por la justicia, de indignarse por las situaciones, personas, estructuras que impiden una vida mejor para los seres humanos concretos. De ahí también la indignación cuando al Dios de la vida, el que posibilita una vida plena para todos, se le manipula o se le malinterpreta, de tal manera que lo religioso se utiliza para mantener interesadamente un mundo injusto, de fatalismo, que legitima las desigualdades y el dolor de tantos.
Por último, es importante saber estar desde la propia impotencia, Cuántas veces lo que el otro necesita no es soluciones, sino que estés! El saber estar en estas circunstancias es una gracia y un ámbito de fecundidad porque la gratuidad y el amor se hacen más manifiesto. La comunión en el dolor, nos abre a la gratuidad del amor. Es la experimentada incapacidad la que tantas veces nos vincula más fuertemente.
Cada vez estoy más convencido que la mejor oferta que los creyentes tenemos, para este “deshumanizado” mundo, es crear comunidades solidarias (verdadero ámbito donde se viven unas relaciones nuevas y liberadoras, donde cada uno puede ser tenido en cuenta por lo que es y no por lo que tiene). Una comunidad solidaria que es posibilidad para todos, aunque la podamos vivir de diferentes formas y en distinta intensidad, cada cual desde su historia, realidad y proyección.
Fuente original: La República