Como quiera que uno ya está acostumbrado a los dislates de nuestros políticos, la idea luminosa del asambleísta por Chimborazo de que el Estado obligue a curas y monjas a casarse a fin de evitar que violen a niños y niñas me recuerda las ideas locas de Cuchifritín, uno de mis héroes de la infancia, experto en hacer trastadas.
El tema de la pederastia, una auténtica lacra de nuestras sociedades ricas y pobres, de oriente y de occidente, merece análisis y propuestas más serias. Es triste decirlo (y así lo dicen los expertos en la materia) pero el espacio familiar es el ámbito en el que la pederastia se da con mayor fuerza.
Por otra parte, pensar que el matrimonio, lleno de contradicciones y de sufrimientos, de retos y desafíos, sea por sí mismo la solución para los delitos de pederastia es no saber de qué va el asunto y, al mismo tiempo, es tener del matrimonio un pésimo concepto. Sólo tiene sentido casarse por amor. Y, por amor, decidir ser cura o monja.
La pederastia es un grave delito y el pederasta un delincuente de tomo y lomo que, soltero, casado o viudo, debe ser sometido a juicio y castigado con todo el rigor de la ley. En la Iglesia de Jesús hay casados y célibes cuya vida es un ejemplo de dignidad, de bondad y de entrega. El problema no está en el estado de vida, sino en la mente delincuencial y enferma de quien es capaz de abusar de un niño.
Siguiendo la lógica del ilustre asambleísta y dado que en el año 2017 fueron asesinadas en el Ecuador 92 mujeres (femicidios puros y duros), el Estado debería de obligar a que todos los casados se divorciaran. Y dado que en el mismo espacio de tiempo han sido más de 2000 los muertos en nuestras carreteras, el Estado debería de retirar la licencia de conducir a cuanto bicho viviente manejase un maldito carro. Y dado que no pocos de nuestros políticos han dejado en evidencia el sabor amargo de la corrupción, el Estado debería de mandarlos a todos a la casa y dejar el país libre de semejante amargura. ¿Será este el modelo de sociedad, de libertad y de Estado que el señor asambleísta tiene en su cabeza?
Obligar a la gente a casarse o a divorciarse, impedirle que ejerza responsablemente sus derechos y que pueda servir leal y honradamente a su país denota que el asambleísta está muy lejos de entender qué es el hombre, su ética, su conciencia y su libertad, qué es el Estado, el Gobierno, la Judicatura o, simplemente, la democracia.
Ante semejante metedura de pata sería bueno que su partido y sus compañeros de Cámara le tiraran de las orejas y le rogaran, cuando menos, que fuera un político más sensato, prudente y bienhechor. En semejantes circunstancias, mi tía Tálida, taurina de pro, solía recordar las palabras del gran Manolete, molesto un día con su mozo de espadas, que no dejaba de importunarle. Le miró con insistencia a los ojos y le dijo: “Y calladito, mejor”.
Autor: Julio Parrilla, obispo de Riobamba y miembro de Adsis.
Fuente original: Diario El Comercio