Parecen tiempos complicados para la convivencia. Se extreman los conflictos, algunos larvados en el tiempo y otros que explotan por miedo o por afanes desmedidos de dominio económico y de poder. Las organizaciones internacionales, ONU… pareciera que han perdido su influjo y los poderosos campan a sus anchas, sin que nadie les pueda poner límites.
Masacres, guerras y genocidios, no muy lejos de aquí, la polarización entre los partidos políticos, los conflictos en las comunidades de vecinos, hasta el partido de futbol de nuestros hijos e hijas, en la liga escolar del barrio, donde, en mi barrio, han tenido que poner un letrero “No grites, respeta a los contrarios y no pierdas compostura”. Dificultad de convivir en las familias, donde se genera tanto de bueno, pero también, víctimas de violencia de género y hacia los hijos e hijas. La convivencia entre distintos, que vemos en nuestras calles, el transporte, las escuelas, el vecindario, con personas de todo el mundo, que buscan una vida mejor o que huyen de la violencia, que provoca en ocasiones conflictos y racismo.
Así que personas diferentes, hombres y mujeres, de todo el mundo, que conocen bien a su gente, unas 500 personas, se reúnan durante casi un mes en Roma, para escucharse y buscar convergencias y acuerdos, en clima sereno, sobre grandes asuntos que nos afectan a todos especialmente a los creyentes, y que las conclusiones hayan tenido más del 80% de respaldo, es sin duda una brillante luz de esperanza. Se trata de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los obispos, celebrado del 4 al 29 de octubre 2023, que tiene como tema: ”Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, y misión”.
El Papa Pablo VI, instauró los sínodos universales, como espacios consultivos y hasta deliberativos, para mantener el buen clima de diálogo que había habido en el Concilio Vat II, ayudando así al Papa en su servicio a la Iglesia. Hay sínodos más locales o diocesanos, pero universales, desde 1967 hasta la actualidad, se han celebrado un total de 29, ordinarios y extraordinarios, más o menos cada tres años, en el Vaticano, casi siempre, entre septiembre y octubre, con una duración de entre 3 y 5 semanas, con excepciones. El contenido ha sido muy diverso: La vida religiosa, la catequesis, los sacerdotes, la evangelización, las personas laicas, la familia. Los participantes, principalmente obispos, con voz y voto, que representaban a los distintos países y Conferencias episcopales, así como auditores obispos y expertos laicos o religiosos. Después de cada sínodo el Papa promulgaba casi siempre un documento, una exhortación que sirve para la vida y misión de la Iglesia.
La novedad de estos últimos sínodos, (la familia, los jóvenes y la sinodalidad) con el Papa Francisco, consiste en entender el Sínodo no como un encuentro, sino como un proceso de discernimiento común y de búsqueda de consensos (que puede durar varios años) un “caminar juntos”. Por eso hablamos de sinodalidad, más que de sínodo, como la forma habitual de ser Iglesia. No se busca tomar decisiones doctrinales o dogmáticas, sino compartir e iluminar juntos el camino a recorrer.
Novedad también por la participación creciente del Pueblo de Dios, con amplias e inéditas consultas en las parroquias, comunidades y movimientos… cuyo contenido se sintetizaba en cada diócesis, en cada país, y continente, especialmente en este último sínodo. Europa no es el centro sino la multi diversidad de países y visiones. Participación muy plural en los miembros que organizan y facilitan el sínodo y los que forman parte de su etapa final con voz y voto. La presencia de las mujeres, 85 consagradas y laicas de todo el mundo, 54 con voto. Algo que no había sucedido hasta ahora y que coloca en la mesa, los urgentes desafíos de la igualdad entre hombres y mujeres, en todos los aspectos. La presencia también de 70 auditores, en esta ocasión, no obispos. Se ha escuchado la voz de Dios que emerge de la presencia y los anhelos de muchos colectivos que se han podido expresar con voz propia, pobres, indígenas, discapacitados, LGTB+, recordando las palabras del Papa Francisco en Lisboa “todos, todos, todos”, tiene su hogar en la comunidad cristiana.
Novedad por el método de la “conversación en el Espíritu”, a la luz de la Palabra, donde en un clima de oración van interviniendo los participantes, compartiendo abiertamente, lo que el Espíritu va sugiriendo. La escucha mutua en clima orante, que no sigue el procedimiento de la polarización de los opuestos, o el de la síntesis de los contrarios. Que no solo busca las mayorías sino el consenso.
Novedad también por su contenido, ya que la mirada no ha estado como en muchas ocasiones en los y las que componemos la Iglesia y su misión, sino en el hecho mismo de ser Iglesia hoy, recordando los inicios del Vaticano II, “¿Iglesia qué dices de ti misma?”. ¿Qué estamos siendo como Iglesia en este momento, en su misión, en su gobernanza, en su respeto al medio ambiente…?. Y ¿cómo queremos ser, para reflejar mejor a todos, desde los pobres, el Evangelio de Jesús y su Reino, en esta historia que hoy nos toca vivir?.
Estos procesos sinodales no son algo excepcional o transitorio, sino que van perfilando y recreando poco a poco una Iglesia más participativa, menos vertical y clerical y más comunitaria y fraterna. La condición bautismal, común a toda pesona, es el principal sustrato, donde hombres y mujeres, vamos encontrando nuestra forma de compartir y nuestro ministerio, en el que servir sin dominación. Es la gran tarea común, que nos involucra y necesita a todos para acoger e impulsar el Reino que ya está aconteciendo. “ La práctica sinodal forma parte de la respuesta profética de la Iglesia al individualismo que se repliega sobre sí mismo, a un populismo que divide y a una globalización que homogeniza, eliminando las diferencias” (Documento síntesis Sínodo octubre 2023 ).
Autor: Juan Luis San Martín