El altiplano está marcado por la altura, el clima frío, el sol, los altos cerros; son necesarios duros esfuerzos para arrancar a la tierra el sustento, y su agricultura está poco diversificada.
Hay grandes valores en la cultura andina: sus lenguas (quechua y aymara), los valores comunitarios, el respeto a la naturaleza y a la tierra, la facilidad para descubrir lo “sagrado” en el cosmos, la reciprocidad, la solidaridad, los valores familiares, las reglas morales y la fe y confianza en Dios de estos pueblos que les ha dado tan gran dignidad y resistencia ante el desprecio de los poderosos y las injusticias a que ha estado sometida. La cultura andina coexiste hoy en condiciones desiguales con la llamada cultura globalizada, que amenaza con marginar a los económicamente más débiles.
La religiosidad del altiplano nace desde tiempo inmemorial y sigue viva como tal, aunque iluminada desde hace varios siglos por la luz de Cristo.Destaca su sabiduría, expresada a través de narraciones y relatos míticos. Experimenta la presencia cósmica de lo divino, donde todo el universo está vivo y tiene un sentido sagrado. Se relaciona permanentemente con el mundo sobrenatural a través de un sinnúmero de seres y representaciones más concretas y variadas. Todo va en pareja, como complemento de lo opuesto, de ahí que Dios sea padre y madre inseparablemente. Las fiestas religiosas expresan el anhelo de un mundo sin carencias, destacando los valores de comunidad, reciprocidad y armonía. Ahí se percibe la Buena Nueva, en la que el pobre queda incluido.
En el mundo aymara y quechua todo tiene su espíritu tutelar: los ajayus, que rodean al ser humano por todas partes (ispalla, espíritu de las plantas; illa, espíritu de los animales; tio, espíritu de los minerales; kunturmamani, espíritu de la vivienda; illapa, espíritu del cosmos; marani, espíritu de los cerros; uywiri, espíritu de la humanidad; qutaawichu, espíritu de las aguas; riwutus, lugar de la otra vida).
Artículo original: Revista Presencia nº 26