El contexto político y social del Ecuador en estos últimos años se ha complicado mucho. La realidad política no deja de sorprendernos. Es posible todo. Por ejemplo, que un partido gane las elecciones pero que la oposición termine adueñándose de ese gobierno por los pactos que hace con el presidente en contra de las directrices de su propio partido. Como decía la película de “La misión”, “la realidad supera en sorpresa a la mayor de las imaginaciones”, o algo así.
Una pincelada sirve como marco para adentrarme en la pregunta sobre la fe. El contexto religioso del Ecuador está sostenido por la vivencia de la religiosidad popular. Hay personas con una formación espiritual personalizada. Son escasas. Las que tienen un compromiso eclesial están vinculadas mayoritariamente a las líneas más tradicionales. La fe en Dios es el espacio donde la gran mayoría busca algún tipo de refugio en medio de la inseguridad política y social que vivimos, acentuada por el boom de la violencia en el país.
A la vez, se produce un fenómeno digno de mencionar que es la profunda convicción de la gente sencilla y pobre de cómo Diosito está presente y actuando. “Dios sabrá cómo”, “Diosito es el único”, “por algo Diosito lo ha permitido”…, son expresiones entre otras muchas para reconocer que Dios está con nosotras y nosotros.
Esta fe sin mucha formación intelectual es capaz de generar esperanza y alegría, de dar mucha vida, de mover a muchas personas a comprometerse para sostener la unión y el cuidado de sus familias y de estar pendientes de las personas que necesitan ayuda entre sus vecinas y vecinos. También es cierto que puede ser freno por aliarse a dinámicas que no dignifican a la persona en nombre de Dios, como la culpabilización, o la discriminación racial y de las mujeres o el servilismo. Pero bueno.
Esa experiencia de fe me tiene cautivado porque me cuestiona. Me hace reconocerme privilegiado en formación pero muchas veces muy pobre en la sensibilidad por las necesidades del otro. Me hace preguntarme a menudo para qué me sirve la fe en Dios si no crezco en la capacidad de amar en medio de la vulnerabilidad.
Hoy me siento enamorado de mujeres que no dejan que los graves problemas sociales les frenen a la hora de buscar cómo salir adelante. Con muchos problemas son capaces de mirar las oportunidades para mejorar. Son mujeres de fe, sosteniendo a otros y otras. Transmiten alegría y vida. Me hablan del amor encarnado y pascual de Jesús Resucitado.
Cuando llegué a América me sorprendí porque la expresión de “pequeñas comunidades” en la que situaba nuestro movimiento Adsis desde la referencia de Europa no era como me parecía. Por una parte, porque la opción tan importante de la iglesia por las pequeñas comunidades se había quedado atrás, y por otra parte, era más definida por el territorio vecinal fruto de la división del espacio parroquial.
Aún así, la vivencia comunitaria es una realidad en nuestra iglesia porque mucha gente encuentra en ella el espacio de dignificación, de participación y de relación que no es fácil encontrar en otros ámbitos sociales.
Me alegro de estar en esta parte del mundo porque la precariedad creciente de todo lo que nos rodea me ayuda a descubrirme con una fe mucho más vulnerable y torpe, y a la vez más flexible y acogedora. Si cuando llegamos a América no preguntábamos cómo fundar Adsis ahora la pregunta es cómo el Señor Jesús nos quiere cada día más sintiéndonos cada vez más pequeños y limitados pero con la creatividad y la audacia de su amor.
En cierto sentido, mi fe se va haciendo más pequeña, no más grande; más débil, no más fuerte, y por eso me ayuda a crecer y a salir de mí mismo unido a mis hermanas y hermanos Adsis aquí y ahora en Portoviejo. Doy gracias por el camino compartido con todas y todos los hermanos y hermanas que han dejado mucha vida en estas tierras, sobre todo a nuestros queridos Pili, Etelvina y Pablo.
Autor: Félix Urquijo