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Hace ya dos meses que aterrice en la tierras chilenas y aunque aún no sea tiempo suficiente de poder valorar lo que ha supuesto, sí que me voy haciendo consciente de que ha sido sobre todo un salto confianza.

Salamanca es la tierra de mis raíces, de mi familia y el lugar donde me dejé encontrar por Jesús y descubrí su llamada a seguirle como Adsis. He recibido mucho en todos estos años, me he traído un corazón lleno de rostros, de momentos intensos, de dolor compartido, de alegrías celebradas.

Los grupos de jóvenes de la Parroquia de Santa Marta, oraciones, reuniones, convivencias, campos de trabajo, confirmaciones… Y ricas comidas compartidas, que es lo que más nos gustaba. Y tantas personas de la parroquia que con su testimonio sencillo y servicial han compartido estos años la construcción de la Iglesia.

La lucha por un mundo más justo con los voluntarios del apoyo escolar, con los de Comercio Justo. Conocer la realidad, indignarnos, gritar las injusticias, concienciar a otros jóvenes, tocar la pobreza, educar con cariño y exigencia, cuidar con ternura la fragilidad. Aprendiendo a llorar de rabia por el que no tiene libros y morirme de risa con las preguntas de otra.

Experiencias con jóvenes, campos de trabajo, encuentros, pascuas jóvenes Adsis, ss@le. Abrir el corazón, reconciliar heridas, descubrir y celebrar la fe, acompañar búsquedas. ¡Cuánto hemos aprendido juntos!

Vida en comunión, aprendiendo a amar la Iglesia en la JMJ, en las actividades diocesanas, en el grupo musical diocesano que me ha llenado tanto este tiempo.

Mis padres, mis hermanos y mi familia, amigos, compañeros. Que respetáis mis decisiones aunque a veces no las entendáis. Que seguís ahí cuando me paso semanas desaparecida liada en mil cosas, que me perdonáis mis cosas y me queréis gratuitamente. Que me habéis apoyado cuando he decidió irme tan lejos de vosotros.

     

    Mis hermanos de Comunidad, los que están y los que van por otros caminos hoy. Sois la escuela de amor donde la vida te pone en situaciones en las que solo puedes acompañar las cruces, apoyados en Jesús, que es el que nos sustenta. Y también donde celebrar la vida, la fragilidad en la que se hace presente Dios y donde abrir la casa y la mesa a jóvenes y pobres.

    Y entonces, ¿por qué me voy? No tengo muchas respuestas claras. Solo que cada vez que me he olvidado un poquito de mí, de mis planes, de mis seguridades, para poner mi vida en sus manos, Dios ha llenado mi vida de plenitud, de sentido.

    Este es un tiempo de ensanchar el corazón para acoger las promesas de Dios que me aguardan aquí y ahora, con esta gente, convencida de que en las grandes apuestas de amor el Padre siempre devuelve el ciento por uno. Voy intuyendo que, aún con la nostalgia que me entra a veces, que este paso dado es para amar más y desplegar el gran regalo de vocación que Dios me ha dado.

      Gracias Padre, por todos los que me han acompañado, me siguen acompañando y empiezan a acompañarme en mi nueva casa.

      Que sea todo para amarte más y servirte mejor.