Estados Unidos separó de sus familias a casi 2.000 niños en la frontera con México en seis semanas. Es una información (imagino que también es un trofeo) del Departamento de Seguridad Nacional del Gobierno. Ahora, ante la presión mundial, Trump acaba de corregir semejante barbaridad.
El Señor Jeff Session máximo responsable de justicia (sic) se escudó en la Biblia para defender sus políticas migratorias. Las suyas y las de su gran jefe. Vean que perla fina, propia de un exegeta y teólogo de primera: “Las personas que violan la ley de nuestra nación están sujetas a enjuiciamiento. Te citaría al apóstol Pablo y su mandato claro y sabio en Romanos 13 de obedecer las leyes del gobierno porque Dios las ha ordenado para que haya orden”. ¡Toma castaña!
He buscado en el baúl de mis recuerdos y me he encontrado con una moneda de plata de 100 pesetas, conmemorativa de los veinticinco años de paz y ciencia (léase de corrido) del régimen de Francisco Franco. Y, de pronto, saltó la verdad teológica de aquel momento: “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Querer usar el nombre de Dios para justificar nuestros desmanes es algo propio de un régimen corrupto y depredador. ¿Se imaginan a San Pablo diciendo semejantes cosas y pensando al mismo tiempo en los señores Session y Trump? No hay ejercicio legítimo del poder al margen de la dignidad de la persona y del bien común. Cualquier bachiller en teología sabe semejantes cosas.
Por el contrario, como un bálsamo reparador me han sonado las palabras de Francisco, con los ojos y el corazón puestos en el buque Aquarius: “No dejen a merced de las olas a quien huye del hambre”. Quien esto dice ora intensamente por los niños y sus familias y también (es nuestra obligación moral y religiosa) por estos nuevos pederastas de la movilidad humana, dispuestos a todo con tal de mantener intocable su nivel de vida y de confort. Separar a los hijos de sus padres es una política dañina e injusta, perniciosa y moralmente inaceptable. El Cardenal Seán O´Malley (posiblemente por sus venas corre una sangre americana más pura que la de Trump) ha dicho algo que ojalá llegue a los oídos del mandatario: “Romper el lazo humano más sagrado entre padres y niños responde a una lógica moral equivocada de esta nueva política de Donald Trump”. A cuantos creemos en Cristo (también a San Pablo) nos repugna que los niños sean utilizados como peones.
Como obispo católico siempre he respetado y apoyado a la autoridad legalmente constituida, pero permanecer en silencio ante semejante política migratoria es un crimen y un pecado. El sistema de asilo hay que mejorarlo, no destruirlo. Y eso está haciendo, por desgracia, el gobierno de los EE.UU.. La ética política nos recuerda que no todo vale, aunque uno gane elecciones, detente el poder y haya aprendido a manipular al mismísimo San Pablo.
Autor: Julio Parrilla, obispo de Riobamba y miembro de Adsis.
Fuente original: El comercio