Aproximadamente veinticinco jóvenes y ocho monitores, pusimos rumbo un buen día de diciembre a un lugar llamado Sorata.
Sorata se encuentra a unas 3 horas en bus de El Alto, que es donde vivimos, y para llegar hasta allí, hay que pasar por grandes y pequeñas carreteras observadas por altas montañas y grandes precipicios.
El seminario, que es donde nos alojamos está a 5 Km. del pueblo, y es un lugar impresionante por sus flores, árboles y el río que pasa bordeando a todo lo que es el seminario.
El campamento estaba dividido por chicos y chicas acompañados por uno o dos monitores o monitoras, formando aldeas; cada aldea debía luchar por el último rincón habitable de la tierra, que era, claro está, Sorata. Unos era guerreros, otros elfos… y así cada grupo tenía un nombre y una identidad.
Estas aldeas debían realizar todas las actividades juntas, sin poder separarse, incluso en la cocina cada grupo disponía de sus propios alimentos (aunque el compartir entre grupos fue algo que estuvo muy presente).
Las dinámicas fueron muy variadas, juegos al aire libre, descubrir enigmas para resolver el misterio de Sorata, la noche del terror, baños y juegos en el río, cantos, y una excursión a las Grutas de San Pedro, donde pudimos disfrutar de un paisaje maravilloso con altas montañas, donde pudimos compartir las charlas con los jóvenes en las 8 horas de caminata, y donde apreciamos la belleza de una cueva entera de mármol en la que habitaban varios tipos de murciélagos.
Al final de estos cuatro días, se destapa el gran misterio que ha sido el hilo conductor del campamento, y es que la única forma de seguir en el Reino de Sorata, es conviviendo entre las diferentes aldeas, aprendiendo valores como la unidad, la lucha y el compañerismo.
Si una palabra definiese este lugar y lo que vivimos en él, sería: Novedad. Nuevos paisajes, nuevos lugares, nuevos caminos, y sobretodo nuevas y diferentes relaciones con los jóvenes.
En este tiempo de campamento descubrimos y compartimos esto de la “novedad”. Los paisajes nos permiten hacer volar la imaginación a un mundo mágico, el mundo de las flores de mil colores (moradas, azules, rojas, verdes…), del río en medio del valle protegido por altas montañas llenas de árboles, de los acantilados con sus piedras en tonos rojos, grises y amarillos, pudiendo descubrir así, las maravillas de la naturaleza y compartiéndolo con estos jóvenes que también viven esa magia.
Sorata deja de ser un lugar desconocido y sin importancia (como cualquier otro lugar) cuando dedicas cuatro días a convivir con gente de otra cultura y otra forma de vida. Sorata se hace importante al formar parte de un grupo, donde la cooperación, el compartir y el disfrutar juntos es la base de este tiempo.
Así, de esta forma, Sorata se convierte en el lugar mágico, donde aprender de y con los jóvenes, compartir, sentirse parte, maravillarse con la naturaleza, aceptar al otro y disfrutar, deja de ser un sueño para convertirse en una realidad.