¡Qué bien que una de las primeras intenciones de oración global del Papa sea la vida digna de los campesinos! El video de este mes de abril nos recuerda lo mal pagados que están sus esfuerzos, la injusticia en la que viven muchos.
Para mí, la Soberanía Alimentaria de cada país es el reto más claro y la meta deseada en la lucha campesina y ecológica actual.
El 17 de abril se celebra cada año el dia de la lucha campesina y es bueno que nosotros, urbanitas, no seamos ajenos a ella. Como decía aquel “al médico lo necesitas de vez en cuando, al arquitecto y al abogado alguna vez en la vida, pero al agricultor lo necesitas tres veces al día”.
El Movimiento Campesino Internacional “La Vía Campesina” nos lanza su convocatoria, tras 20 años celebrando esta fecha:
“Llamado Internacional – Defender la Tierra, la vida y el alimento sano. 20 años de memoria y resistencia. ((El 17 de abril de 1996, la policía militar del Estado amazónico de Pará ha masacrado 19 campesinos organizados en el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) al motivo que ocupaban una carretera)). 20 años después de la masacre de El Dorado dos Carajás, la sangre de las campesinas y campesinos sigue derramándose. Pero nuestra resistencia ahora es más fuerte que nunca. El vigésimo aniversario de la jornada internacional de las luchas campesinas se perfila en un contexto alarmante para los derechos de los campesinos y campesinas.
Recientemente tuvimos más ejemplos de la represión que las y los campesinos enfrentan en sus luchas por los derechos. A principios de marzo Berta Cáceres, coordinadora del Consejo cívico de las organizaciones populares y autóctonas de Honduras (COPINH) fue asesinada en su hogar. Una semana más tarde en Colombia, un agricultor de la asociación campesina de Arauca fue asesinado y otros miembros de la FENSUAGRO fueron encarcelados. Estos cuatro campesinos se acaban de unir a la larga lista de personas, defensores de los derechos humanos, miembros de organizaciones campesinas e indígenas que han sido asesinados, amenazados o encarcelados desde principios del 2016 en ese país. Estos hechos solo reflejan la injusta realidad cotidiana de muchos campesinos y campesinas, defensores de la agricultura campesina en todo el planeta.
El modo capitalista de dominar la naturaleza y producir en la agricultura está en crisis. Hay un enfrentamiento entre dos proyectos de producción, de la sociedad y de la forma de convivir con la naturaleza. Dos proyectos para el futuro. De un lado, el modelo del agro-negocio del capital, que subordina todo a su insaciable generación de lucro, que para esto impone el monocultivo, destruye la biodiversidad, intensifica el uso de agrotóxicos, expulsa a los campesinos de sus territorios y domina a gobiernos y estados.
Y por otro lado, tenemos el proyecto de La Vía Campesina basado en la Soberanía Alimentaria, donde la agricultura busca producir alimentos sanos para todo el pueblo, en equilibrio con la naturaleza, generando mejores condiciones de vida para la población del campo.
La violencia, la represión de los latifundistas, la inercia de los gobiernos son parte de esta lucha permanente y cotidiana, entre las dos formas de ver a la naturaleza, la agricultura, la vida y los alimentos. Además, el acaparamiento de tierras, que se multiplicará en África y Asia, con la excusa de compensar la gran cantidad de emisiones de CO2 emitidas por los países más industrializados, amenaza con aumentar aún más la violencia ejercida contra las familias campesinas.
Es por eso que esta Jornada de Movilización Global, son fechas simbólicas para nuestras lucha, que han marcado nuestra vida para seguir articulando acciones de denuncia y resistencia. Que nos permiten dialogar con la sociedad, para la construcción colectiva de nuestro modelo de agricultura.
En ese contexto, La Vía Campesina hace un llamamiento a todas sus organizaciones miembros, amigos, aliados, a todos aquellos y aquellas que creen en la agricultura campesina y luchan por la soberanía alimentaria para que se movilicen este 17 de abril de 2016; para luchar por el acceso a la tierra de aquellos y aquellas que la cultivan con respeto, y contra los asesinatos de los líderes del movimiento campesino, crímenes contra la humanidad.
Hagamos juntas y juntos de este vigésimo aniversario un himno a la vida organizando manifestaciones, debates públicos, proyecciones de películas, mercados con productos campesinos, fiestas o acciones de solidaridad. ¡Todas las iniciativas son bienvenidas!”
También a ese respecto publica Gustavo Duch estos días en su blog “PALABRE-ANDO” esta reflexión:
“Una tormenta de asesinatos: A las causas de la desaparición de campesinado en el mundo (políticas, culturales y económicas) desde hace unos años, tenemos que añadir otra, la menos importante en cantidad pero la más grave en cuanto a significado, y es que, como un gota a gota que no amaina, cada semana conocemos el asesinato de personas campesinas significadas en la defensa de su tierra, de sus ríos, de sus semillas, de sus territorios, donde durante siglos han alcanzado el mágico equilibrio de dotarse de los bienes necesarios para sostener la vida sin esquilmar los recursos que los producen”.
Y en “ENTRE PARÉNTESIS”, un blog de jesuitas muy interesante, nos proponen seguir pensando tras el video del Papa en cómo conseguir esa justa remuneración. Con la reflexión de un especialista de Intermón Oxfam, Gabriel Pons Cortès:
Que los pequeños agricultores reciban una remuneración justa por su precioso trabajo. ¿Cuáles son las opciones de que esta afirmación pueda hacerse realidad? ¿Es posible encontrar una solución a este problema? ¿Qué retos éticos y técnicos deberían contemplarse? ¿Cómo acotar y aplicar un precio justo?
La determinación de un precio justo para los pequeños agricultores es un complejo problema técnico de base ética. Aristóteles, Tomás de Aquino y muchos escolásticos ya hablaron de la especulación y de los intermediarios, con la principal conclusión de que es un problema moral difícil de solucionar.
Si existe un precio justo es materia de discusión desde hace siglos. Que sea un problema moral no significa que se pueda solucionar a través de la iniciativa pública. Decía Shakespeare que si hacer fuera tan fácil como saber qué hacer, las ermitas serían grandes templos y palacios de príncipe las cabañas del pobre.
Desde un punto de vista técnico, la determinación de un precio justo en agricultura es algo muy complejo. Los agricultores no tienen salario: viven de lo que venden. Y el precio de los productos varía enormemente porque la producción también varía. En cambio, lo que se consume es bastante constante: uno no come el doble porque la comida esté a mitad de precio.
No existe un precio justo que incorpore los costos de producción. El precio es una construcción social: la productividad de los más grandes es la que fija los precios. Las grandes explotaciones son más productivas que las pequeñas gracias a la mecanización. Si una granja tiene cien vacas y puede producir leche a 30 céntimos el litro, a un campesino con tres vacas ni este precio ni ningún otro le va a sacar de la pobreza. La primera conclusión es que, sobre todo, es la desigualdad en la propiedad de los medios de producción lo que más influye, no el precio.
Pero aunque existan agricultores que cuentan con suficientes medios para vivir, y que sus derechos son respetados (sobre todo porque no les robaran la tierra), incluso en este caso, sería posible no recibir buenos precios por razones que no dependen de la justicia: si hay excedentes los precios son bajos y sólo eliminando los excedentes –ay, eso implica ir contra la tradición de que la comida no se tira-, se consiguen subir los precios a su nivel remunerador. Esto es lo que está ocurriendo en los últimos años: estamos en un ciclo de precios bajos porque se ha producido demasiado.
En cambio, muchas situaciones vienen del abuso de poder y son evitables con regulaciones fundamentadas en una visión ética del problema. Los agricultores tienen poco poder de negociación porque con frecuencia están dispersos y desorganizados. Pero todo el mundo sabe lo difícil que es juzgar y reprimir por parte del gobierno el abuso de posición dominante en el mercado.
Habrá mejoras en los precios que dependerán de la buena voluntad de las empresas que compran la producción, o de lo presionadas por el público que se sientan para obligarlas a pagar buenos precios. Son acuerdos difíciles de vigilar, que funcionan raras veces y sólo en países ricos, y que ayudan a mitigar el problema de la desigualdad pero no a solucionan el problema técnico de los precios bajos por excedentes.
En mercados abiertos, las empresas siempre pueden elegir importar de donde sea más barato. Pero si propusiéramos como solución cerrar las fronteras –mala idea como se demostró durante la crisis de 2008-, siempre lo pagaría el campesino que quede al otro lado sin poder vender.
¿Qué hacer? No son moralmente aceptables las soluciones técnicas sin fundamentación ética, ni viables las decisiones éticas ajenas a conocimientos técnicos.
Los Estados tienen que apoyar a aquellos pequeños productores que tengan posibilidades de producir más y mejor, de manera que quede compensado por las ayudas lo que no recibirán a través de un precio “justo” que no existe. Y para aquellos que no pueden seguir el paso de la productividad, hay que garantizarles un ingreso mínimo a través de la protección social que les garantice su derecho a una vida digna.
En fin, valoremos lo que comemos, paguemos en justicia a quien lo merece y no olvidemos que en esta lucha tenemos buenas armas: el carro de la compra y la participación política. Además de la movilización social, claro, y en ello los cristianos no debemos quedarnos los últimos…
¡¡que nuestro jefe latinoamericano va muy adelantado!!
Pedro J.
Pedro Jiménez
Biólogo y cura Adsis